martes, febrero 27, 2007

Más sobre lenguaje y literatura

En el caso de las imágenes, el debate sobre lo bello -si bien contiene bifurcaciones-, posee dos elementos que fortalecen la menos subjetividad posible: la propia naturaleza, y nuestro sistema de visión.

Una foto ‘bella’ para el grueso de la población, y no para estetas de la imagen, es lo más cercano a momentos específicos que una cámara logra arrebatar a un paisaje, o a un ser humano; lo vemos, lo palpamos, y por ende, podemos comprobarlo. La naturaleza no tiene horizontes descuadrados, ni cielos amarillos; nuestra mirada procesa lo que vemos, de forma equilibrada.

Con los avances de la tecnología, un ‘no fotógrafo’, puede crear imágenes hermosas o bastante emotivas y con ello, comunicar un mensaje de forma eficaz sin dejar de ser él, o invadir otra esfera que no le corresponda.

Pero con la palabra escrita es distinto, porque muy contadas personas, se comunican con los esquemas planteados en las obras literarias; deben ser escasos quienes expresan su amor con un soneto bien logrado (no obstante, que muy en el fondo, todo enamorado quisiera ser un aprendiz avanzado de Pablo Neruda).

La belleza del idioma no está presente en la naturaleza, aunque para muchos haya sido fuente de inspiración la primavera o un atardecer; la perfecta estructura gramatical puede decir mucho, sin embargo es fácilmente sustituible, y así ha sido para el mayoría de los mortales.

Debe de haber alguna justificación para que las imágenes verbales se fortalezcan en cada creación literaria, y haya nulo espacio para un trabajo que retome la espontaneidad de la vida cotidiana.

En diversas manifestaciones artísticas (el cine es un buen ejemplo), es posible ubicar trabajos que son un fiel espejo de la forma de pensar y sobre todo, de expresarse, de determinados segmentos en la sociedad; esa frescura se pierde una vez convertida en papel.

Hubo un caso cinematográfico bien logrado: ‘Tiempo real’, una producción mexicana del 2003; una cruda muestra de la manera en que el género masculino de este país, se comunica en círculos de entera confianza. ‘Todo sucede como en la vida, sin edición, y sin manipular la duración del tiempo’, establece la sinopsis en http://www.tiempo-real.net/index2.htm.

Asumo que la belleza en el lenguaje, debe de ayudar a expresar mejor un sentimiento, porque la cortedad de palabras limita la inmensidad de ideas que pueden quedarse en el tintero mental.

El problema, es que existe la sospecha de que el uso del lenguaje ‘amena y profusamente exornado de galas retóricas’, es uno de los elementos que mantiene alejados de la palabra escrita reunida en un libro, a muchos, por eso vale la pena una discusión a fondo.

jueves, febrero 22, 2007

La sencillez de leer poesía

Escribir poesía debe de ser complicado, leerla no tanto; aunque claro, la interpretación del lector, puede variar mucho del objetivo perseguido por el escritor, al plasmar sus ideas en verso o en prosa.

Porque hay poesías claras, directas y precisas, que abordan algo tan simple como ‘Las moscas’, de Antonio Machado: ‘Vosotras, las familiares/ inevitables golosas/ vosotras, moscas vulgares/ me evocáis todas las cosas’, y eso, es mucho más sencillo de comprender y hasta de disfrutar por un novel explorador del mundo de las letras.

Por el contrario, leer: ‘El hombre es por natura la bestia paradójica/ un animal absurdo que necesita lógica./ Creó de nada este mundo y, su obra terminada/, “Ya estoy en lo secreto –se dijo-, todo es nada’, sin tener alguna noción del acicate de Machado para crear los ‘Proverbios y Cantares’, puede provocar que la lectura pase de noche, o peor aún, dejar la sensación de que algo valioso pero bien oculto, no se pudo descifrar, y el gozo se va al pozo cuando uno tiene enormes ganas de postre, un delicioso pastel enfrente, pero las manos atadas y la boca sellada.

Pero, a pesar de todo eso, visualmente, el sencillo diseño de un poema (obra poética normalmente en verso), lo convierte -sin siquiera proponérselo-, en una invitación a la lectura, por el solo hecho de no despertar rechazo.

Encontrarse con una historia en, digamos, las sesenta y dos palabras de la ‘Noche de verano’, es menos ‘agresiva’ para un ‘no lector’ o uno en ciernes, que la misma idea, pero transformada en un pequeño relato, o hasta en una novela, o en un tratado científico, que analice las consecuencias de un verano tormentoso de 50 grados, en una ciudad como Mexicali.

La fuerza interna que orilla a alguien a convertir experiencias de vida en lecciones cortas, puede o no, ser trascendente para el lector, siempre y cuando las comprenda, las haga suyas, pero, principalmente, las aplique. En ‘Renacimiento’, el mismo Machado dice ‘Las más hondas palabras/ del sabio nos enseñan/ lo que el silbar del viento cuando sopla/ o el sonar de las aguas cuando ruedan’.

Miguel Hernández, el eterno guerrero español, redime en ‘Viento del Pueblo’ a esos personajes anónimos vilipendiados: ‘Jornaleros que habéis cobrado en plomo/ sufrimientos, trabajos y dineros./ Cuerpos de sometido y alto lomo:/ jornaleros.

O bien, lucha contra los poderosos como el ‘Ceniciento Mussolini’: ‘Dictador de patíbulos, morirás bajo el diente/ de tu pueblo y de miles./ Ya tus cañones van contra tus soldados/ y alargan hacia ti su hierro los fusiles/ que contra España tienes vomitados’.

A final de cuentas, leer poesía puede ser comprensible o no, pero lo que sí es una realidad, es que representa una alternativa -sin tanta dificultad- para el disfrute de la vida.

jueves, febrero 15, 2007

El problema del lenguaje

Por más modesto y menos engreído que sea un autor, es complicado que se desligue de su presente libresco, por lo tanto, sus producciones, estarán influenciadas por las lecciones de los libros, y con un lenguaje poco accesible a un ‘no lector’.

Por el contrario, si alguien carente de tradición lectora y sin influencia culta, se dedicara a relatar historias, tal vez el resultado fuera óptimo para incentivar a quienes no gustan de leer, aunque la propuesta fuera inaceptable para los editores y una ofensa para los ‘galeotos de las letras’.

El lenguaje es un problema, o mejor dicho, es el fiel que pueda inclinar la romana hacia donde desee. Se convierte en un problema para unos, pero en una bendición para otros: Para los cultos lectores, -ávidos de enriquecer su lenguaje para regodearse con el-, un escrito donde los personajes coloquiales dominen a la perfección la estructura gramatical hasta llevarla al absurdo, resulta excelente. Pero, ¿y los otros?

Es imposible restarle algún merito a Miguel de Unamuno, sobre todo a ese noble corazón que es posible casi palparlo en su obra, en específico en su prólogo de ‘La Tía Tula’ (Grupo Editorial Tomo, 2004), pero en esa ‘nivola’ –definición propia del autor para referirse a sus novelas cortas, una especie de nuevo género-, los personajes cotidianos terminan siendo tan refinados que una historia atrayente, puede terminar por provocar disgusto por su falta de empatía, claro está, entre un ‘no lector’ que tome ese libro con la promesa de no aburrirse.

‘Y era lo peor que, cuando recogiéndose se ponía a meditar en ella, no se le ocurrieran sino cosas de libro, cosas de amor de libro y no de cariño de vida, y le escocía que aquel robusto sentimiento, vida de su vida y aire de su espíritu, no se le cuajara mas que en abstractas lucubraciones’ (p. 59).

Y es que la lógica de vida, determina que por mas capacidad de mimetización, alguien termina mostrando su verdadero rostro, sin importar cuánta máscara lleve encima: ‘Mientras los relatores bíblicos le atribuyeron su inspiración a Dios, los escritores posteriores parecen hallar en el pensamiento de ficción un poder personal, una fluidez de la mente que no siempre le advierte al escritor las novedades que trae consigo. Mark Twain decía que nunca escribió un libro que no se escribiera a sí mismo’, relató E.L. Doctorow, en su ensayo ‘Notas sobre la historia de la ficción’, publicado en Confabulario (10 de febrero 2007).

No todos los escritores con sólida formación cultural, tienen la dicha de llamarse Miguel de Cervantes, y escribir una novela sobre un avorazado lector que pierde la cordura de tanto libro de caballerías que lee; ‘… estos malditos libros de caballerías que él tiene y suele leer tan de ordinario le han vuelto el juicio… Encomendados sean a Satanás y a Barrabás tales libros, que así han echado a perder el más delicado entendimiento que había en toda la Mancha’ (Capítulo V de la primera parte).

Cervantes hizo pues, de un tema exquisito, un relato ameno, y además tuvo la capacidad de hacer hablar a los personajes de acuerdo a sus condiciones, sencillo, sin complicaciones ni pretensiones eruditas: ‘Dijo Sancho a su amo: Señor, ya yo tengo medio reducida a mi mujer a que me deje ir con vuesa merced a donde quisiera llevarme. –Reducida has de decir, Sancho –dijo Don Quijote-; que no relucida.

‘Una o dos veces –respondió Sancho-, si mal no me acuerdo, he suplicado a vuesa merced que no me enmiende los vocablos, si es que entiende lo que quiero decir en ellos, y que cuando no los entienda, diga: “Sancho, o diablo, no te entiendo”…. (Capítulo VII de la segunda parte).

Valdría la pena conocer nuevas historias pero contadas por ‘los otros’, y escritas por ellos mismos, una en donde un paria, muestre la profundidad de su razonamiento, pero con la cortedad de su lenguaje; el aprendizaje puede ser el mismo o hasta mayor, solo que en otras palabras.

jueves, febrero 08, 2007

Lecturas incompletas

La adquisición de conocimiento formal, útil y práctico a través de la lectura, tiene muchos recovecos, vueltas y revueltas que impiden trabajar bajo una sola línea, cuando lo que se busca es la promoción.

Definir qué motiva a la lectura, a un integrante promedio de un segmento de la sociedad en esta región, pudiera ser un punto de partida, aunque aun así faltaría, por que en el camino a la ruta postrera, existen desviaciones e imponderables.

Alguien emocionado por la recomendación de una lectura, -valiosa para quien dió el consejo, por haber generado un cambio en su desempeño cotidiano-, decide hacer el esfuerzo por conseguir el documento.

Resulta claro que la motivación inicial es fundamental para un buen arranque, pero no necesariamente para un buen final o para un ‘final feliz’ o ‘tradicional’, ya que por mas reconocimiento unánime de la obra, o por mas universal que sea, siempre está a merced de las emociones del lector.

Así que, algo que tuvo un inicio prometedor, con altas expectativas que marcaron ritmos de lecturas inusuales (medido en horas hombres, en páginas leídas) no solo vivió la natural disminución en el interés que en ocasiones, suele acompañar a la lectura, sino que prácticamente generó un rechazo.

No existen tiempos límite ni sugeridos para finalizar la lectura de un documento, cada ser determina un ritmo, de acuerdo a las posibilidades intelectuales o de horario, sin embargo, el sentido común establece que, salvo el hecho de que se cuente con una memoria privilegiada, para el lector promedio resulta más sencillo recordar y llevar el hilo de una historia cuando existe constancia.

Por que puede darse el caso de que un libro de 300 páginas, sea leído a lo largo de doce meses o incluso con lapsos de tiempo que pudieran extenderse hasta los tres años.

Pero, a pesar de las condiciones anteriores, un libro leído a medias tiene sus ventajas, en principio por que siempre es mejor tener algo que tener nada, y además unas cuantas palabras pueden ayudar a encontrar soluciones inesperadas en el lector, con las naturales consecuencias positivas: Retomar la lectura hasta llegar al fin, compartir de qué forma se reflejó lo aprendido, recomendar libros, y convertirse en lector asiduo.

Una teoría descabellada

Una teoría descabellada (o dicho de otra manera, un conocimiento especulativo considerado como desorbitado y fuera de razón) que permita explicar las fallas y posibles respuestas en la promoción de la lectura, puede ser la siguiente:

Los ‘grandes lectores’ o ‘lectores de alto rendimiento’ (llamados así, según las reglas no escritas del código ‘cultural’, quienes han leído, o aseguran haberlo hecho, las grandes obras de la literatura universal) se convierten en promotores oficiosos de la lectura, pero no con el ánimo de apoyar en el incremento de nuevos miembros en los grupos informales de lectores, sino para, en el peor de los casos, regodearse con su conocimiento formal.

En el mejor de los casos, lo que se busca es cumplir con cuotas de personas afiliadas a clubes formales de lectores, pero sin contar con una disciplina laboral que permita dar en el blanco para convencer a otro, de que la adquisición de conocimientos, cumple con una función valiosa.

Suponiendo, sin conceder, de que el planteamiento de la presunción de conocimientos es algo totalmente irreal, producto de alucinaciones, y que en el fondo sí se busque consolidar a nuevos lectores, entonces existen aspectos que no quedan claros:

a) Las estadísticas oficiales demuestran que, en promedio, el 96.75% de la población en Baja California (de los 8 años en adelante), está en posibilidades de tomar un libro, leerlo y comprenderlo, pero los hechos exhiben, sin necesidad de contar con cifras, que el número de lectores 'cultos' es casi nulo.

b) El mensaje de los promotores oficiales y oficiosos es difuso –superabundante en palabras, pero impreciso- : No dicen cómo hacerlo, para qué sirve, cual sería la utilidad en la vida cotidiana; se pierden en el oropel, poco valor pero mucha apariencia, que tiene importancia solo entre los miembros de su comunidad.

c) Los estereotipos influyen desfavorablemente más de lo que ayudan. El lector erudito, grandilocuente en el habla, sibarita, ha sido incapaz de contagiar el gusto por tomar un libro; peor aun, existen sospechas fundadas, de que contamina los ánimos de un aspirante y elimina de raíz, la posibilidad de que el vulgo, algún día tome un libro.

La exploración de caminos para una eficaz promoción de la lectura, es un recorrido sinuoso, más no irrealizable. Es posible, que una vez hecho un arduo trabajo de investigación, resulte que la lectura no es tan valiosa para el ciudadano común, comparada con otras fuentes de conocimientos; eso explicaría el porqué muy pocos consumen libros para aprender algo novedoso y útil.

Pero entretanto, solo resta decir que el valor de la lectura no tiene una forma única de reflejarse, es tan variado, como individuos existen en el mundo.

Leo, luego insisto

Tal vez, una explicación satisfactoria sobre libros y lectura llegue por el lado del campo de la semántica. Resulta más sencillo, al menos en español, intentar resumir en una sola palabra, su significado real y lo que se desea, aunque en la práctica, no funcione.

De las ocho acepciones, que la Real Academia Española de la Lengua, da para el vocablo ‘leer’, la primera establece el siguiente significado: ‘pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados’.

‘Leer’, pues, en su más pura esencia, establece claramente sus límites, y no involucra algún otro proceso; su origen en el latín, es aun más preciso, 'leer' viene de ‘legere’, un término relacionado con lo que hoy entendemos como recoger y escoger. Para leer, es necesario únicamente tomar de lo que hay, y punto, no existe un mas allá.

Algo similar pasa con ‘libro’; la Unesco define estas condiciones básicas: ‘Se entiende por libro una publicación impresa no periódica que consta como mínimo de 49 páginas, sin contar las de la cubierta, editada en el país y puesta a disposición del público’ (‘Recomendación revisada sobre la normalización internacional de las estadísticas relativas a la producción y distribución de libros, diarios y otras publicaciones periódicas. 1° de noviembre de 1985’. www.unesco.org).

Derivado del latín ‘liber’ o corteza de árbol/membrana, el libro por sí solo, es incapaz de responder inquietudes o crear estados de armonía.

Es más, incluso hasta para llegar a un consenso en la definición de ‘literatura’ (término tan socorrido por los personajes ‘cultos’ que promueven la lectura), existen puntos divergentes. Lo único claro, es que el griego ‘grammatikee’ y el subsiguiente latín ‘litterae’ quieren decir algo así como una instrucción o un conjunto de saberes o habilidades de escribir y leer bien, y en el pasado, se le relacionaba con el arte de la gramática, la retórica y la poética.

La cosa es distinta, con el origen de la palabra ‘lección’; para los griegos antiguos ‘maqema’ ‘o ‘mázema’ (la palabra utilizada para las lecciones) era igual a aprendizaje.

Pero hoy día, sobre todo en los círculos ‘culturales’, existe tozudez por incluir tácitamente en el vocablo ‘leer’ y sus derivados, una acción meta-significativa. Leer, ciertamente, implica una actividad (como el verbo que es), pero con fronteras bien definidas, no existe algo después del acto de pasar la vista y comprender los signos, a menos que sepamos lo que se deba de hacer.

La frase ‘leo, luego existo' -una derivación pretenciosa de lo escrito por René Descartes en el ‘Discurso del Método’. Editorial Diana, pp. 64-, busca coronar todo un proyecto que no reporta resultados tangibles, aunque si política y culturalmente correctos. En el apartado ‘Lectura y libro’, de su informe de labores 2001-2005, a la anterior titular de Conaculta, le es imposible hablar de la formación de nuevos lectores, o de cantidad de personas beneficiadas con sus programas de promoción. (http://www.conaculta.gob.mx/informe2005.html).

Que alguien –como los muchos que existen- pregone que tras la lectura, el humano se convertirá en un mejor ser, pero no comparta los cómos ni los porqués (por que los desconoce, o si los sospecha, no les otorga valor), hace el trabajo a medias. Queda bien claro, que las estrategias elitistas y ‘culturales’ para estimular el acto de leer, han sido ineficaces.

En primer lugar, por que es complicado determinar, de entre los buenos deseos y la fina verborrea, cual es el fin que buscan los promotores. Quizá lo mejor sería establecer metas multidisciplinarias involucrando diversos elementos para dejar en claro esta idea: Para sacarle mas provecho a la vida por medio del conocimiento formal, hay varios caminos por recorrer, y uno de ellos es, efectivamente, la lectura, comprensión, análisis y disfrute de uno o varios libros.

Es aventurado asegurar algo, cuando se carece de pruebas determinantes, sin embargo la simple observación de comportamientos, facilita establecer que, es posible que en la ciudad y su valle, se encuentren miles de personas dispuestas al mejoramiento de sus desempeños, pero que no se sienten identificadas con las ofertas disponibles.

El éxito de la feria

En la noble disciplina de ofertar servicios o productos (la nobleza, depende, claro, del objetivo que se busque), el éxito parece tener relación 'directamente proporcional' con la claridad.

Es vital para el cumplimiento de los sueños, tener claro qué es lo que se busca, a quiénes hay que dirigirse y cómo hacerlo. El éxito como la consolidación de una meta, va más allá de aspectos de posición social, status, dinero acumulado, y está más cercano al gozo de proporcionar bienestar a otro ser.

Una feria de libros es una mezcla de negocios con placer, por que los resultados que definen un triunfo deben ser medidos en ganancias para los expositores y un incremento en el número de nuevos lectores. Lo primero puede ser sencillo, lo segundo necesita de antemano, -entre otras cosas- de un padrón de lectores y no lectores, algo inexistente, por el momento.

El éxito y la ganancia requieren de precisión en sus patrones, por que a final de cuentas, son los engranes que ayudan a poner en marcha la motivación, eso que anima a ejecutar algo con interés y diligencia; esa es una de las premisas de Peter C. Weiglin, en el libro ‘Survival math for marketers’ (Sage Publications. 2002). Cuando la meta se desconoce, las buenas intenciones están de más y abundan las ‘patadas de ahogado’ y los ‘palos de ciego’, que aniquilan las ideas generadoras de potenciales cambios.

Una feria de la lectura está integrada por dos elementos primordiales: El ofertador de productos y el cliente potencial (aunque el organizador puede ser otro integrante, ya que cumple con funciones adicionales, como facilitador de charlas y actividades artísticas).

Un problema de índole moral surge a partir del concepto comercial de la venta. El librero desea vender sus productos sin importar si representan una ventana al conocimiento formal, útil y práctico, o si son la coyuntura para crear seres ‘cultos’ y eruditos; mientras se incrementen cuentas bancarias, da lo mismo si el prójimo lee algo con o sin valor.

Aunque al final de cuentas, en una feria especializada, eso no representa un riesgo por que el público ‘duro’ (quien siempre asiste) sabe a qué ir y sobre todo, qué esperar de los libreros y de los organizadores.

Pero que asistan los de siempre (mas los nuevos visitantes que terminan integrándose a dicho grupo), puede ser un riesgo si y solo si la meta es incrementar el número de usuarios y extenderse entre los diversos grupos de público aparentemente inactivos. Ahora que si el fin es consolidar un evento hasta convertirlo en una tradición, no hace falta la presencia de quienes acuden por primera vez, ya que cuando una feria logra prestigio que trasciende fronteras, llama la atención de ‘los de siempre’ en cualquier lugar del mundo en que se encuentren.

Lamentarse de que el ciudadano carezca del hábito de la lectura (como si esa fuera la vía exclusiva para el conocimiento, y como si adquirir saberes fuera lo más valioso) y hasta llegar a pensar que no existe un conjunto de personas suficientes para que valga la pena tanto esfuerzo, tiempo y dinero, es un ejemplo de confusión, por que mujeres y hombres capaces de tomar un libro, leerlo y comprenderlo, existen suficientes aquí en Baja California.

Para comenzar, según estimaciones del Inegi, en Baja California, México, el 96.3% del total de la población mayor de 15 años es alfabeta, y por si eso fuera poco, si bajamos los rangos de edad, en el grupo de 8 y 14 años, el 97.2% sabe leer y escribir. Luego entonces, salvo una minúscula fracción, casi el total de las personas que habitan en el estado, reúnen las condiciones básicas que los convierten en clientes potenciales, no solo de ferias de la lectura, sino de todo aquello relacionado con la adquisición de conocimientos formales. Solo faltaría la voluntad, que pertenece al individuo, y el convencimiento de que lo ofrecido es valioso, lo cual es tarea del organizador .

Determinar qué tipos de libros ofrecer para llamar la atención, va a depender –entre otros tantos aspectos a considerar- de las siguientes condiciones: con una edad media de 23 años, el bajacaliforniano cuenta por lo menos con dos grados de educación secundaria; existen 290 mil personas que han reportado su asistencia a algún tipo de evento de corte ‘cultural’ (teatro, danza, música), y otros 55 mil han recorrido un museo.

El éxito de la feria, pues, dependerá de lo que los organizadores hayan proyectado –situación que debería siempre ser pública- y de las decisiones tomadas para operar sus estrategias, y como en la integración de una decisión forman parte los datos recopilados, el juicio crítico, el sentido común y los elementos subjetivos (Teoría de las decisiones con aplicaciones a la administración. Jean Paul Rheault. Limusa), esperemos los resultados para descubrir si ‘nacieron’ nuevos lectores o se agrandó el circulo de ‘los de siempre’.

El reto de la feria

Un primer reto de toda entidad que genere o sea el canal para distribuir conocimiento útil, es superar el umbral del espacio físico en el que participa.

No resulta complicado predecir que a una feria del libro (y no ‘feria de la lectura’, o ‘feria para descubrir las bondades resultantes de leer, analizar, discutir y, sobre todo, poner en práctica lo leído’) asistirá el ‘público duro’, o dicho de otra forma: los que siempre acuden a este tipo de eventos de corte ‘cultural’.

Aunque también, las ferias de libros logran sostenerse y justificar su presencia, porque existe otro segmento de la población, que sin pretensiones eruditas o ‘cultas’, encuentra en los libros y hasta en las manifestaciones artísticas, la posibilidad de mejoramiento, ya sea para ellos mismos, o para sus familiares directos (hijos, hermanos).

Un segmento más de los asistentes a una feria, lo integran también: 1) Los curiosos –les llama la atención las instalaciones y las facilidades para ingresar, además de contar con tiempo disponible-; 2) Quienes llegan por casualidad –en realidad iban a otros sitio-, y 3) Los acarreados –estudiantes en ‘recorrido turístico’ grupal o individual-. Aquí habría que definir cuántos miembros de esos visitantes, compran un libro, lo leen, lo disfrutan y se convierten en promotores voluntarios oficiosos.

Pero el asunto clave de todo esto, radica en la imposibilidad de encontrar estrategias adecuadas para incrementar el número de ‘nuevos visitantes’, no solo a una feria del libro, sino a toda aquella actividad que tenga el noble fin de buscar el bienestar del prójimo, en específico, cuestiones relacionadas con el aprendizaje.

Por más diseño de tácticas que surjan – en ocasiones con más buenas intenciones que con soporte creativo- el crecimiento en cantidad de beneficiarios, no se dispara como los organizadores lo anhelan con vehemencia, muy a pesar de que lo ofrecido sea, en el papel, de un valor incalculable en pesos y centavos.

La costumbre escolar, fortalecida en la familia, y en la sociedad en general, ha derivado en una creencia y su colateral comportamiento erróneo: Existen sitios que fueron diseñados única y exclusivamente para aprender (o, por lo menos, para escuchar a alguien hablar); todo lo que se ofrezca fuera de esos espacios –en tiempo y forma- jamás recibirá la atención requerida.

Una misma información dicha posterior a las horas de clase, digamos, en el ambiente hogareño, es rechazada por el receptor, a pesar de que el emisor, y el contenido sea el mismo, o hasta mejor. Guste o no, una feria de libros viene siendo, de acuerdo a esa ‘lógica estudiantil’, una extensión de la escuela, solo que en un lugar que no es físicamente el recinto del saber tradicional. Esa es la carga cultural contra la que se debe de remar.

El compromiso de un organizador, es lograr que el receptor potencial (en Mexicali, sólo 17 mil personas del total de mayores de 15 años, no dominan el proceso de lecto-escritura, lo cual quiere decir que el resto está en posibilidades reales de tomar un libro), encuentre algo que lo obligue a posar su vista sobre lo ofrecido, y de ser posible, que actúe en consecuencia; pero para que eso ocurra hay que conocer a detalle quiénes son y cómo piensan. Un arbitrario agrupamiento, de entre el segmento de personas que no asisten a este tipo de eventos, incluiría los siguientes:

a) Aquellos que jamás visitarán una feria [apáticos]; b) Los que no saben que existen ferias de libros; c) Quienes saben pero no se atreven a asistir; d) No saben para que sirven estos actos; e) Saben, pueden asistir, pero se pierden entre la multitud de opciones [tv, cine, internet, ir de fiesta, quedarse a dormir, hacer nada] f) Saben, pueden asistir, pero no le encuentran utilidad práctica. A partir de aquí, comienza el reto.

miércoles, febrero 07, 2007

El valor de leer

Si los beneficios de la lectura fueran automáticos, o un proceso natural que no demandara esfuerzos adicionales, los trabajos de promoción resultarían innecesarios y los lectores abundarían.

Pero que leer requiere de preparación –o por lo menos de paciencia- casi nadie lo dice, mucho menos, sabemos para qué es útil lo que se obtiene de pasar la vista y procesar las miles de palabras, contenidas en un bloque de papel encuadernado.

Cuando alguien decide conseguir un libro (por lo general literatura) que los ‘expertos’ consideran como una joya, sufre cuando tras acumular cinco páginas, descubre que no está a la altura de las patrones establecidos entre los ‘lectores de alto rendimiento’; alcanza a comprender lo que su limitado contexto le permite, pero no lo que sería ‘lo ideal’. El libro, pues, termina apilado en espera de una mejor oportunidad, y el lector en cierne, desilusionado.

Ni que decir de alguien que, sin experiencia ‘culta’ pero armado de valor, acude a una librería en busca de esa gran obra proporcionadora de felicidad, solo para quedar pasmado ante la inmensa variedad de opciones: libros de todos colores, tamaños, temas, precios. Si bien le va, sale con un libro con el que se siente identificado (y lo mas probable es que no sea una obra literaria), aunque en el peor de los casos, tanto documento lo abruma y decida abandonar el espacio.

Los promotores de lectura, asumen –peligrosamente- que el ciudadano promedio debe contar con un completo bagaje intelectual similar al de ellos (en el caso de que los promotores sean, de verdad, lectores), como para poder disfrutar a un nivel de experto, una obra de arte de la literatura universal; es, tal vez por eso, que sus herramientas de promoción y convencimiento no sean las más eficaces. Además, les resulta complicado definir en qué consiste la ganancia obtenida.

Los beneficios de leer no llegan solos, hace falta contar con la paciencia y la auto confianza (además de habilidad analítica, atributos que se adquieren con la práctica) para escuchar a otra persona, platicar sobre sus experiencias, sin sentirse impresionados. El diálogo es privado entre quien habla a través de sus textos, y quien escucha y responde, por medio de la lectura, de las anotaciones al margen, y de compartir lo leído con otros; el libro no es chismoso, ni tampoco humilla a un primerizo, es un noble maestro dispuesto a compartir sus conocimientos, sus experiencias, con quien desee.

Asimismo, la diversidad de opciones a través de las cuales, es posible aprender a vivir, abarca gran variedad de campos, todos ellos, dignos de ser explorados. Como el beneficio de la lectura, depende en gran parte, de la actitud del lector, lo más recomendable es la apertura a toda corriente de información.

Quién pensaría, por ejemplo, que en un libro de matemáticas aplicadas a la administración, sería posible, encontrar orientación y consuelo ante los pasos que damos en la vida (Teoría de las decisiones, Jean Paul Rheault, Limusa, 1973). [Una buena decisión, es buena, solo durante el momento en que fue tomada, siempre y cuando hayamos considerado todos los elementos a su alrededor].

En esto de leer no deberían de pesar los juicios de los expertos (aunque sí valga considerar su guía), sobre todo por que lo valioso supera el umbral de la lectura, y aparece en cada acto que hacemos a diario.

La ganancia de leer

La ganancia de leer puede, en ocasiones, reducirse a una sola frase. El aprendizaje, como todo en la vida, llega hasta de donde menos se espera: un libro ‘infumable’, leído solo por orgullo o hasta por obligación.

Como las lecciones llegan cuando uno está a dispuesto a tomarlas, da lo mismo si provienen de un pepenador, o de un doctor en filología, de un libro de texto, o de una novela tradicional; la clave se ubica en la voluntad, en la actitud mostrada ante el documento a leer, ante la persona con quien se comparte puntos de vista.

Creer, por ejemplo, que para presumir (o para que el prójimo nos crea, como si ahí radicara el valor) que se ha leído un libro, es preciso recordarlo todo (y hasta recitarlo), ha derivado en una conducta dañina.

Por que una cosa es ver a un libro (o cualquier otro documento que contenga información) como la oportunidad de aprender de alguien con otros conocimientos, y otra es ver en el libro, al amigo rico e influyente, que nos ‘contagia’ de status con solo estar a su lado, con vestirnos como él, al imitar sus palabras.

Tal vez por eso, alguien tuvo el tino de inventar la categoría de ‘leedor’ para definir a quien tiene por norma personal, revisar todo trozo de papel que contenga letras impresas, con el ánimo de encontrar algo que pueda ser útil, disfrutable; distinto al ‘lector’ que solo valora lo que es ‘culturalmente correcto’.

Por principio de cuentas, para un ‘leedor’ -que por lo general, desconoce la existencia de esa denominación- no existen producciones tipográficas malas, lo bueno radica en la atención que se ponga en el documento, y en la utilidad que pueda tener en el futuro: Como inspirador para producciones venideras, para comprender algo nuevo, o solo por placer.

[Aunque aquí vale la pena advertir la diferencia de la lectura como motivo de estudio, y las formas de lectura hasta el momento comentadas en este espacio. Leer para estudiar, debe de seguir el camino utilizado por los creativos: La constante lucha para llegar al fondo de algo, aderezada con reflexiones, y la consabida práctica de ensayo-error].

Un ‘leedor’ integra su opinión sobre lo leído y lo que debe de leer, utilizando la información reunida en su bagaje, y analizando el contenido del documento revisado, de ahí que posea mayor facilidad para encontrar valor hasta en lo más insospechado. Un lector, por lo general, basa sus actividades en lo que los líderes de opinión cultural califican como óptimo (y de paso, cierra ojos, corazón y mente a cualquier otra manifestación expresiva), sin molestarse por averiguar y descubrir si eso que se ofrece como de ‘inmaculada calidad literaria’, sea así en la realidad.

Lo peor llega para el lector cuando el criterio del ambiente social le pesa mas que ese sentido adicional que poseemos, -el cual nos advierte cuando algo no es lo mas recomendable-, y entonces tiende a dar por correcto un hecho, aunque en el fondo de su ser, carezca de elementos o incluso hasta de interés para aceptarlo.

Recitar títulos, frases o hasta párrafos de un libro, como muestra de que se ha leído, no es una garantía y sirve solo para apantallar incautos; la ganancia de leer llega cuando se deja de pensar en la lectura como un fin; al tomar un documento sin algún otro interés que descubrir algo; al dejar de pensar en la opinión de los demás; cuando permitimos que la información fluya y encuentre el mejor cauce, en el tiempo adecuado, sin presiones, con gusto, armonía, tranquilidad.

martes, febrero 06, 2007

Necedad

Aferrarse al libro impreso como la única vía de educación y disfrute de la vida, no solo es elitista, sino hasta erróneo, por que, en primer lugar, niega la realidad y en segundo, cierra las puertas al futuro, cuya simiente comienza ya a germinar

Fue la palabra hablada, la primer herramienta que el hombre utilizó para compartir sus experiencias al resto de la comunidad; grandes maestros a lo largo de la historia, jamás plasmaron sus ideas en un libro, solo a través de diálogos, de la convivencia con aquellos dispuestos a escuchar (que Sócrates pecara de soberbio, que presumiera su enorme capacidad y que por tal motivo fuera condenado a muerte, es otro cuento; haciendo a un lado ese detalle, es recomendable leer su legado) sin embargo prevalecieron durante siglos, hasta que fueron recogidas en textos escritos mano.

Fueron los copistas, las personas especializadas en realizar la incipiente producción en masa de libros; el trabajo, claro está, era extenuante, y la producción, como es de suponerse, no era estrictamente masiva. Fue la llegada de la imprenta, quizás uno de los inventos más revolucionarios, la que provocó el primer gran brinco en la transmisión de mensajes por la vía escrita. (a propósito: recién aparecida la imprenta, resultaba sorprendente para el hombre, descubrir que de un solo ejemplar pudieran existir cientos o miles de ejemplares idénticos, ante tanta incredulidad, hubo quienes llevaron los nuevos libros a un copista para contar con su versión hecha a mano).

Para comprender mejor este fenómeno, es imperativo leer “La galaxia Gutenberg”, del canadiense Marshall McLuhan. Este texto, del llamado maestro de las ciencias de la comunicación, representa una exhaustiva revisión documental, y de observación de la vida cotidiana, sobre aspectos tan valiosos pero poco considerados, como el impacto del alfabeto en la vida del hombre.

Pocos libros como este, y el que lo precedió, “La comprensión de los medios como las extensiones del hombre” (en especial los capítulos 9: “La palabra escrita” y 18: “La palabra impresa”), representan la oportunidad de poner en claro, -para quien aun tenga dudas-, sobre la influencia real de la palabra escrita, pero principalmente, cual es el porvenir. Escritos a principios de la década de los 60, ambos libros, daban como un hecho, el fortalecimiento de la era electrónica, y la revaloración de la cultura oral, en la transmisión de mensajes; algo que se cumple hoy en día, aunque existan quienes prefieran cerrar ojos y tapar oídos.

“Y hoy, en la era electrónica, podemos comprender por qué habrá una disminución en las especiales cualidades de la cultura de la imprenta y un renacimiento de los valores orales y auditivos en la organización verbal…..La organización verbal, sea en la pagina o en el habla, puede tener una tendencia visual…”

Pero no es necesario ser un experto, para descubrir que los patrones de lectura han sido modificados; la influencia televisiva, radiofónica y el Internet, es tan enorme, que luchar en contra, resultaría en vano, y los triunfos, cuando los hay, son pírricos, o con mas pérdidas que ganancias.

Si partimos de la esencia que ha buscado transmitir este espacio (la lectura como una de las tantas herramientas, con las que cuenta el hombre para su desarrollo íntegro), debemos reconocer entonces, que ante la realidad, aferrarse a sostener el libro impreso como un objeto de culto, resulta dañino, por que bloquea el surgimiento y fortalecimiento de nuevas y diversas opciones.

Citado por McLuhan, un extracto del prefacio del libro “The singer of tales” (por cierto, consiente de la realidad, Harvard ofrece en su pagina web esta obra de Albert B. Lord, en su versión impresa, acompañada de un disco compacto y un videocasete para complementar su lectura) deja en claro la preocupación por algo que parece hoy, más una necedad de quienes caen en pánico moral por la falta de lectores, que una virtud: “Vivimos en unos tiempos en que la capacidad de leer se ha hecho tan general que difícilmente puede invocarse como un criterio estético. La palabra, hablada o cantada, junto a la imagen visual del locutor o cantor, ha venido recuperando su dominio, gracias a la ingeniería eléctrica. Una cultura basada en el libro impreso, que ha prevalecido desde el Renacimiento hasta hace poco, nos ha legado –además de inconmensurables riquezas- esnobismos que deberíamos dejar de lado”.

Ahora cualquier persona con acceso a internet, puede ingresar en google.com, la frase “free books on line”, y descubrir una gran variedad de sitios que ofrecen libros gratis para leerse desde la pantalla, en los idiomas más populares (español incluido), eso, siempre y cuando que el interés del cibernauta sea la lectura de grandes obras de la literatura universal, por que para aprender a vivir en plenitud, es necesario recorrer varios caminos y utilizar diversas herramientas.

viernes, febrero 02, 2007

La forma sí cuenta

Para que el libro fuera un producto de consumo realmente masivo, sus contenidos y presentación, tendrían que adaptarse a los hábitos del lector potencial, aunque tan solo de pensarse, esto suene a herejía.

Sin embargo, las condiciones de adaptación ya son realizadas por algunos autores de diversas disciplinas (y su correspondiente editor), lo cual no es bien visto por la comunidad intelectual, que sigue soñando en el día en que el mexicano se volcará a las librerías a adquirir valiosos ejemplares de literatura, los leerá y disfrutará, comentará sus opiniones con otros ávidos lectores, y este país crecerá culturalmente, hasta convertirse en una potencia mundial.

Pero el lector potencial (aquel que aprendió el proceso de lectoescritura, y en alguna ocasión ha tomado un diario, uno que otro libro y varias revistas, o sea, millones de mexicanos) no puede entrar en ese juego, sobre todo cuando no se le toma en cuenta, desde el proceso de creación de una obra -que corre por parte del autor-, hasta el diseño del producto y la labor de mercadeo.

La comunidad intelectual (artistas, pensadores comprometidos socialmente) pesa, y es capaz de vetar cualquier producción que no entre en las reglas no escritas del buen gusto literario, sin importar si gracias a ese comportamiento, se puedan llevar de corbata alguno que otro libro que lograra despertar el interés del público. Autores de enorme consumo y grandes ganancias, como Paulo Coelho, son considerados como “light” o ligeros, y por lo tanto, indignos de reconocimiento y de promoción; pero el lector ordinario, que no entiende de eso, finalmente adquiere el producto, y lo mejor de todo, es que lo lee, lo disfruta y lo comparte.

¿Cuál es la fórmula de los libros de grandes ventas?. En cuanto al contenido, el lenguaje utilizado, la forma en que se redacta el texto está pensado en transmitir un mensaje que sea fácil de decodificar por el lector, logra una plena identificación no tanto por los hechos que maneja, sino por la forma en que se abordan y cómo se resuelven; trabajan para lograr la aceptación del público, elaborando un mensaje de calidad, y no tanto para ser considerados como grandes escritores.

En esto de la forma, es importante la presentación, desde el diseño de la portada, pero más valioso es la cantidad de páginas, el tamaño de la letra, lo extenso de los capítulos, si cuenta o no con ilustraciones (dibujos, fotografías, grabados, pinturas, gráficas). Un enorme mazacote de 500 páginas, dividido en tres capítulos, con una letra minúscula (digamos, 7 puntos), sin una sola ilustración, de antemano debe ser considerado un riesgo de producción, por más capaz y brillante que sea su autor.

El problema del escritor con sueños de inmortalizarse a través de brillantes creaciones literarias, y de ser aceptado por un grupo, se ve reflejado en sus producciones. Julio Cortazar da en el clavo cuando acepta, en su “Nota sobre el tema de un rey y la venganza de un príncipe”, que forma parte de su libro “Queremos tanto a Glenda”, este hecho: “…vagamente imaginé un relato que en seguida me pareció demasiado intelectual”; no está de más decir que ese relato no fue elaborado, aunque el otro (el que si apareció) resultara también, demasiado intelectual.

Es sencillo asumir que cada escritor en sus inicios, sueñe con definir un estilo innovador, supongo de igual manera, que se cuestione sobre lo complicado que puede representar un trabajo rebuscado, pero al final de cuentas, no cualquiera puede aportar nuevos estilos revolucionarios, así que la mayoría sucumbe ante la tentación de los relatos “intelectuales”, que si bien, corren el riesgo de perderse en los estantes de las librerías, sí les permite ganarse el respeto de la comunidad artística a la que pertenecen; cuestión de decidir que se quiere hacer con la vida profesional.

Ernest Hemingway cuenta en su libro “París era una fiesta” cómo en sus inicios, sus textos eran crudos, y con un lenguaje directo, tal y como ocurrían las cosas en la calle, sin embargo, este estilo fue pronto extinguido por su amiga francesa, Gertrude Stein, ¿las causas?, era de mal gusto literario. “¿Pero no piensa usted que tal vez no sea indecente, que uno pretende sólo emplear las palabras que los personajes emplearían en la realidad?, ¿que hacen falta esas palabras para que el cuento suene a verdadero, y no hay más remedio que emplearlas?. Son necesarias”, se quejaba el escritor; entonces obtuvo la definitiva respuesta: “Es que no se trata de ello. Uno no debe de escribir nada que sea 'inaccrochable'. No se saca nada con hacer eso. Es una acción mala y tonta”.

Al comienzo de la producción literaria moderna, los autores buscaban responderse y responder inquietudes del ser humano, a través de diversas manifestaciones, como los poemas épicos, novelas, disertaciones, y aunque la competencia y el deseo de aceptación, forma parte de la esencia humana (siempre ha habido pleitos entre escritores), pensaban mas en el lector, y eso es fácilmente comprobable en sus obras. La clave de los grandes autores, era, más allá de su enorme habilidad para escribir o su gran bagaje cultural, su capacidad para observar la naturaleza y para plasmar sus resultados, en escritos reveladores, que resultaban interesantes para la mayoría. Se les consideraba intelectuales en su época, pero competían para conseguir la aprobación del lector.

Hoy, buscan que el lector se rinda ante el curriculum de un autor, y como eso no ocurre ni ocurrirá, buscan respuestas en todas partes, y hasta consiguen que la autoridad promulgue leyes de fomento a la lectura y el libro, cuando la solución es, como siempre, más sencilla de lo que parece, aunque no resulte “intelectualmente adecuada”.