La otra feria del libro
Es grandioso escribir textos progresistas y revolucionarios, aunque las aportaciones jamás se lleven a la práctica; eso no importa, por que lo verdaderamente valioso es mostrar el poder y la influencia de los conocimientos acumulados.
Para el fundador de la ‘feria del libro ambulante’ en Mexicali, fue más sencillo poner en funcionamiento sus sueños que teorizar sobre ellos. No cualquiera tiene el valor civil de utilizar su vehículo como estante motorizado y muchos menos hacer a un lado la fina y elegante verborrea, los sueños de grandeza empresarial y cambiarlos por ‘utopías’ tangibles y medibles.
Con cierta frecuencia, este personaje, subestimado por las cultas huestes, recorre los centros educativos, y literalmente, tapiza de pe a pa su unidad, con libros que seguramente ya consumió, o con muchos otros que le hacen llegar las decenas de clientes satisfechos, que vieron cómo lo irreal comienza a tomar forma, cuando se tiene la decisión de implementar una idea.
El asunto es simple: aunque no muy popular, su feria del libro o su venta ambulante de libros, resuelve diversos tipos de problemáticas, desde la interna, que en ocasiones suele acompañar al lector consciente (¿qué hago con el libro que ya leí?, ¿de qué me sirve tanto papel acumulado?), hasta la comercial (puede convertirse en un negocio redondo, de esos que dejan ganancias –sin que eso le quite el sueño o sea su principal motivación- y brindar un sentido beneficio al prójimo), por que los gastos de operación son mínimos: combustible para el traslado, mantenimiento al vehículo, y una buena sombra para guarecerse del sol.
Eso además, representa una opción accesible en costos para el consumidor: libros verdaderamente baratos, y casi a la mano, sin necesidad de recorrer grandes distancias: el libro a la puerta de tu escuela.
El problema con las ferias del libro, en su formato más popularizado, es que su diseño no resulta tan eficaz, si lo que realmente se busca es que un ser sin libro, se haga de uno, lo lea, lo llegue a disfrutar, y le encuentre una repercusión en la vida diaria. Los gastos pueden ser tan enormes, comparados con las ganancias (en pesos, centavos, pero sobre todo en nuevos lectores o en el fortalecimiento de los ya existentes) que su continuidad se explica solo por el lado del prestigio cultural que pueda brindar a los organizadores.
(Para mayor referencia sobre el tema, revisar los textos ‘El reto de la feria’ y ‘El éxito de la feria’, en http://victormartinezceniceros.blogspot.com/2007_02_01_archive.html)
En el mundo del prestigio resultante de tener mucho dinero, las comprobadas acciones que sí ofrecen resultados, son relegadas por los promotores del desarrollo económico y por los promotores oficiales y oficiosos de la lectura. Son el típico caso de las ‘walmarts’ contra los abarrotes, solo que en este caso, las enormes estructuras burocráticas difícilmente compiten con los changarritos, solo ganan en apariencia física (instalaciones suntuosas), pero pierden en cercanía y contacto con el publico: El changarrero sabe el valor de lo que tiene y por eso sabe cómo venderlo; los libreros venden libros de la misma forma que si fueran paletas.
Lo atractivo y arrojado, sería que un autor realmente necesitado de lectores y no de reconocimiento, se acercara al librero ambulante y ofreciera el producto de su esfuerzo intelectual, a costos bajos, o bien, promover el surgimiento –espontáneo o no- de más de estos emprendedores. Lo triste sería que eso, que surgió como algo natural, terminara convertido en una típica feria del libro pero ahora en versión automovilística, patrocinada por una agencia de carros nuevos…
Para el fundador de la ‘feria del libro ambulante’ en Mexicali, fue más sencillo poner en funcionamiento sus sueños que teorizar sobre ellos. No cualquiera tiene el valor civil de utilizar su vehículo como estante motorizado y muchos menos hacer a un lado la fina y elegante verborrea, los sueños de grandeza empresarial y cambiarlos por ‘utopías’ tangibles y medibles.
Con cierta frecuencia, este personaje, subestimado por las cultas huestes, recorre los centros educativos, y literalmente, tapiza de pe a pa su unidad, con libros que seguramente ya consumió, o con muchos otros que le hacen llegar las decenas de clientes satisfechos, que vieron cómo lo irreal comienza a tomar forma, cuando se tiene la decisión de implementar una idea.
El asunto es simple: aunque no muy popular, su feria del libro o su venta ambulante de libros, resuelve diversos tipos de problemáticas, desde la interna, que en ocasiones suele acompañar al lector consciente (¿qué hago con el libro que ya leí?, ¿de qué me sirve tanto papel acumulado?), hasta la comercial (puede convertirse en un negocio redondo, de esos que dejan ganancias –sin que eso le quite el sueño o sea su principal motivación- y brindar un sentido beneficio al prójimo), por que los gastos de operación son mínimos: combustible para el traslado, mantenimiento al vehículo, y una buena sombra para guarecerse del sol.
Eso además, representa una opción accesible en costos para el consumidor: libros verdaderamente baratos, y casi a la mano, sin necesidad de recorrer grandes distancias: el libro a la puerta de tu escuela.
El problema con las ferias del libro, en su formato más popularizado, es que su diseño no resulta tan eficaz, si lo que realmente se busca es que un ser sin libro, se haga de uno, lo lea, lo llegue a disfrutar, y le encuentre una repercusión en la vida diaria. Los gastos pueden ser tan enormes, comparados con las ganancias (en pesos, centavos, pero sobre todo en nuevos lectores o en el fortalecimiento de los ya existentes) que su continuidad se explica solo por el lado del prestigio cultural que pueda brindar a los organizadores.
(Para mayor referencia sobre el tema, revisar los textos ‘El reto de la feria’ y ‘El éxito de la feria’, en http://victormartinezceniceros.blogspot.com/2007_02_01_archive.html)
En el mundo del prestigio resultante de tener mucho dinero, las comprobadas acciones que sí ofrecen resultados, son relegadas por los promotores del desarrollo económico y por los promotores oficiales y oficiosos de la lectura. Son el típico caso de las ‘walmarts’ contra los abarrotes, solo que en este caso, las enormes estructuras burocráticas difícilmente compiten con los changarritos, solo ganan en apariencia física (instalaciones suntuosas), pero pierden en cercanía y contacto con el publico: El changarrero sabe el valor de lo que tiene y por eso sabe cómo venderlo; los libreros venden libros de la misma forma que si fueran paletas.
Lo atractivo y arrojado, sería que un autor realmente necesitado de lectores y no de reconocimiento, se acercara al librero ambulante y ofreciera el producto de su esfuerzo intelectual, a costos bajos, o bien, promover el surgimiento –espontáneo o no- de más de estos emprendedores. Lo triste sería que eso, que surgió como algo natural, terminara convertido en una típica feria del libro pero ahora en versión automovilística, patrocinada por una agencia de carros nuevos…
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