La sencillez de leer poesía
Escribir poesía debe de ser complicado, leerla no tanto; aunque claro, la interpretación del lector, puede variar mucho del objetivo perseguido por el escritor, al plasmar sus ideas en verso o en prosa.
Porque hay poesías claras, directas y precisas, que abordan algo tan simple como ‘Las moscas’, de Antonio Machado: ‘Vosotras, las familiares/ inevitables golosas/ vosotras, moscas vulgares/ me evocáis todas las cosas’, y eso, es mucho más sencillo de comprender y hasta de disfrutar por un novel explorador del mundo de las letras.
Por el contrario, leer: ‘El hombre es por natura la bestia paradójica/ un animal absurdo que necesita lógica./ Creó de nada este mundo y, su obra terminada/, “Ya estoy en lo secreto –se dijo-, todo es nada’, sin tener alguna noción del acicate de Machado para crear los ‘Proverbios y Cantares’, puede provocar que la lectura pase de noche, o peor aún, dejar la sensación de que algo valioso pero bien oculto, no se pudo descifrar, y el gozo se va al pozo cuando uno tiene enormes ganas de postre, un delicioso pastel enfrente, pero las manos atadas y la boca sellada.
Pero, a pesar de todo eso, visualmente, el sencillo diseño de un poema (obra poética normalmente en verso), lo convierte -sin siquiera proponérselo-, en una invitación a la lectura, por el solo hecho de no despertar rechazo.
Encontrarse con una historia en, digamos, las sesenta y dos palabras de la ‘Noche de verano’, es menos ‘agresiva’ para un ‘no lector’ o uno en ciernes, que la misma idea, pero transformada en un pequeño relato, o hasta en una novela, o en un tratado científico, que analice las consecuencias de un verano tormentoso de 50 grados, en una ciudad como Mexicali.
La fuerza interna que orilla a alguien a convertir experiencias de vida en lecciones cortas, puede o no, ser trascendente para el lector, siempre y cuando las comprenda, las haga suyas, pero, principalmente, las aplique. En ‘Renacimiento’, el mismo Machado dice ‘Las más hondas palabras/ del sabio nos enseñan/ lo que el silbar del viento cuando sopla/ o el sonar de las aguas cuando ruedan’.
Miguel Hernández, el eterno guerrero español, redime en ‘Viento del Pueblo’ a esos personajes anónimos vilipendiados: ‘Jornaleros que habéis cobrado en plomo/ sufrimientos, trabajos y dineros./ Cuerpos de sometido y alto lomo:/ jornaleros.
O bien, lucha contra los poderosos como el ‘Ceniciento Mussolini’: ‘Dictador de patíbulos, morirás bajo el diente/ de tu pueblo y de miles./ Ya tus cañones van contra tus soldados/ y alargan hacia ti su hierro los fusiles/ que contra España tienes vomitados’.
A final de cuentas, leer poesía puede ser comprensible o no, pero lo que sí es una realidad, es que representa una alternativa -sin tanta dificultad- para el disfrute de la vida.
Porque hay poesías claras, directas y precisas, que abordan algo tan simple como ‘Las moscas’, de Antonio Machado: ‘Vosotras, las familiares/ inevitables golosas/ vosotras, moscas vulgares/ me evocáis todas las cosas’, y eso, es mucho más sencillo de comprender y hasta de disfrutar por un novel explorador del mundo de las letras.
Por el contrario, leer: ‘El hombre es por natura la bestia paradójica/ un animal absurdo que necesita lógica./ Creó de nada este mundo y, su obra terminada/, “Ya estoy en lo secreto –se dijo-, todo es nada’, sin tener alguna noción del acicate de Machado para crear los ‘Proverbios y Cantares’, puede provocar que la lectura pase de noche, o peor aún, dejar la sensación de que algo valioso pero bien oculto, no se pudo descifrar, y el gozo se va al pozo cuando uno tiene enormes ganas de postre, un delicioso pastel enfrente, pero las manos atadas y la boca sellada.
Pero, a pesar de todo eso, visualmente, el sencillo diseño de un poema (obra poética normalmente en verso), lo convierte -sin siquiera proponérselo-, en una invitación a la lectura, por el solo hecho de no despertar rechazo.
Encontrarse con una historia en, digamos, las sesenta y dos palabras de la ‘Noche de verano’, es menos ‘agresiva’ para un ‘no lector’ o uno en ciernes, que la misma idea, pero transformada en un pequeño relato, o hasta en una novela, o en un tratado científico, que analice las consecuencias de un verano tormentoso de 50 grados, en una ciudad como Mexicali.
La fuerza interna que orilla a alguien a convertir experiencias de vida en lecciones cortas, puede o no, ser trascendente para el lector, siempre y cuando las comprenda, las haga suyas, pero, principalmente, las aplique. En ‘Renacimiento’, el mismo Machado dice ‘Las más hondas palabras/ del sabio nos enseñan/ lo que el silbar del viento cuando sopla/ o el sonar de las aguas cuando ruedan’.
Miguel Hernández, el eterno guerrero español, redime en ‘Viento del Pueblo’ a esos personajes anónimos vilipendiados: ‘Jornaleros que habéis cobrado en plomo/ sufrimientos, trabajos y dineros./ Cuerpos de sometido y alto lomo:/ jornaleros.
O bien, lucha contra los poderosos como el ‘Ceniciento Mussolini’: ‘Dictador de patíbulos, morirás bajo el diente/ de tu pueblo y de miles./ Ya tus cañones van contra tus soldados/ y alargan hacia ti su hierro los fusiles/ que contra España tienes vomitados’.
A final de cuentas, leer poesía puede ser comprensible o no, pero lo que sí es una realidad, es que representa una alternativa -sin tanta dificultad- para el disfrute de la vida.
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