El problema del lenguaje
Por más modesto y menos engreído que sea un autor, es complicado que se desligue de su presente libresco, por lo tanto, sus producciones, estarán influenciadas por las lecciones de los libros, y con un lenguaje poco accesible a un ‘no lector’.
Por el contrario, si alguien carente de tradición lectora y sin influencia culta, se dedicara a relatar historias, tal vez el resultado fuera óptimo para incentivar a quienes no gustan de leer, aunque la propuesta fuera inaceptable para los editores y una ofensa para los ‘galeotos de las letras’.
El lenguaje es un problema, o mejor dicho, es el fiel que pueda inclinar la romana hacia donde desee. Se convierte en un problema para unos, pero en una bendición para otros: Para los cultos lectores, -ávidos de enriquecer su lenguaje para regodearse con el-, un escrito donde los personajes coloquiales dominen a la perfección la estructura gramatical hasta llevarla al absurdo, resulta excelente. Pero, ¿y los otros?
Es imposible restarle algún merito a Miguel de Unamuno, sobre todo a ese noble corazón que es posible casi palparlo en su obra, en específico en su prólogo de ‘La Tía Tula’ (Grupo Editorial Tomo, 2004), pero en esa ‘nivola’ –definición propia del autor para referirse a sus novelas cortas, una especie de nuevo género-, los personajes cotidianos terminan siendo tan refinados que una historia atrayente, puede terminar por provocar disgusto por su falta de empatía, claro está, entre un ‘no lector’ que tome ese libro con la promesa de no aburrirse.
‘Y era lo peor que, cuando recogiéndose se ponía a meditar en ella, no se le ocurrieran sino cosas de libro, cosas de amor de libro y no de cariño de vida, y le escocía que aquel robusto sentimiento, vida de su vida y aire de su espíritu, no se le cuajara mas que en abstractas lucubraciones’ (p. 59).
Y es que la lógica de vida, determina que por mas capacidad de mimetización, alguien termina mostrando su verdadero rostro, sin importar cuánta máscara lleve encima: ‘Mientras los relatores bíblicos le atribuyeron su inspiración a Dios, los escritores posteriores parecen hallar en el pensamiento de ficción un poder personal, una fluidez de la mente que no siempre le advierte al escritor las novedades que trae consigo. Mark Twain decía que nunca escribió un libro que no se escribiera a sí mismo’, relató E.L. Doctorow, en su ensayo ‘Notas sobre la historia de la ficción’, publicado en Confabulario (10 de febrero 2007).
No todos los escritores con sólida formación cultural, tienen la dicha de llamarse Miguel de Cervantes, y escribir una novela sobre un avorazado lector que pierde la cordura de tanto libro de caballerías que lee; ‘… estos malditos libros de caballerías que él tiene y suele leer tan de ordinario le han vuelto el juicio… Encomendados sean a Satanás y a Barrabás tales libros, que así han echado a perder el más delicado entendimiento que había en toda la Mancha’ (Capítulo V de la primera parte).
Cervantes hizo pues, de un tema exquisito, un relato ameno, y además tuvo la capacidad de hacer hablar a los personajes de acuerdo a sus condiciones, sencillo, sin complicaciones ni pretensiones eruditas: ‘Dijo Sancho a su amo: Señor, ya yo tengo medio reducida a mi mujer a que me deje ir con vuesa merced a donde quisiera llevarme. –Reducida has de decir, Sancho –dijo Don Quijote-; que no relucida.
‘Una o dos veces –respondió Sancho-, si mal no me acuerdo, he suplicado a vuesa merced que no me enmiende los vocablos, si es que entiende lo que quiero decir en ellos, y que cuando no los entienda, diga: “Sancho, o diablo, no te entiendo”…. (Capítulo VII de la segunda parte).
Valdría la pena conocer nuevas historias pero contadas por ‘los otros’, y escritas por ellos mismos, una en donde un paria, muestre la profundidad de su razonamiento, pero con la cortedad de su lenguaje; el aprendizaje puede ser el mismo o hasta mayor, solo que en otras palabras.
Por el contrario, si alguien carente de tradición lectora y sin influencia culta, se dedicara a relatar historias, tal vez el resultado fuera óptimo para incentivar a quienes no gustan de leer, aunque la propuesta fuera inaceptable para los editores y una ofensa para los ‘galeotos de las letras’.
El lenguaje es un problema, o mejor dicho, es el fiel que pueda inclinar la romana hacia donde desee. Se convierte en un problema para unos, pero en una bendición para otros: Para los cultos lectores, -ávidos de enriquecer su lenguaje para regodearse con el-, un escrito donde los personajes coloquiales dominen a la perfección la estructura gramatical hasta llevarla al absurdo, resulta excelente. Pero, ¿y los otros?
Es imposible restarle algún merito a Miguel de Unamuno, sobre todo a ese noble corazón que es posible casi palparlo en su obra, en específico en su prólogo de ‘La Tía Tula’ (Grupo Editorial Tomo, 2004), pero en esa ‘nivola’ –definición propia del autor para referirse a sus novelas cortas, una especie de nuevo género-, los personajes cotidianos terminan siendo tan refinados que una historia atrayente, puede terminar por provocar disgusto por su falta de empatía, claro está, entre un ‘no lector’ que tome ese libro con la promesa de no aburrirse.
‘Y era lo peor que, cuando recogiéndose se ponía a meditar en ella, no se le ocurrieran sino cosas de libro, cosas de amor de libro y no de cariño de vida, y le escocía que aquel robusto sentimiento, vida de su vida y aire de su espíritu, no se le cuajara mas que en abstractas lucubraciones’ (p. 59).
Y es que la lógica de vida, determina que por mas capacidad de mimetización, alguien termina mostrando su verdadero rostro, sin importar cuánta máscara lleve encima: ‘Mientras los relatores bíblicos le atribuyeron su inspiración a Dios, los escritores posteriores parecen hallar en el pensamiento de ficción un poder personal, una fluidez de la mente que no siempre le advierte al escritor las novedades que trae consigo. Mark Twain decía que nunca escribió un libro que no se escribiera a sí mismo’, relató E.L. Doctorow, en su ensayo ‘Notas sobre la historia de la ficción’, publicado en Confabulario (10 de febrero 2007).
No todos los escritores con sólida formación cultural, tienen la dicha de llamarse Miguel de Cervantes, y escribir una novela sobre un avorazado lector que pierde la cordura de tanto libro de caballerías que lee; ‘… estos malditos libros de caballerías que él tiene y suele leer tan de ordinario le han vuelto el juicio… Encomendados sean a Satanás y a Barrabás tales libros, que así han echado a perder el más delicado entendimiento que había en toda la Mancha’ (Capítulo V de la primera parte).
Cervantes hizo pues, de un tema exquisito, un relato ameno, y además tuvo la capacidad de hacer hablar a los personajes de acuerdo a sus condiciones, sencillo, sin complicaciones ni pretensiones eruditas: ‘Dijo Sancho a su amo: Señor, ya yo tengo medio reducida a mi mujer a que me deje ir con vuesa merced a donde quisiera llevarme. –Reducida has de decir, Sancho –dijo Don Quijote-; que no relucida.
‘Una o dos veces –respondió Sancho-, si mal no me acuerdo, he suplicado a vuesa merced que no me enmiende los vocablos, si es que entiende lo que quiero decir en ellos, y que cuando no los entienda, diga: “Sancho, o diablo, no te entiendo”…. (Capítulo VII de la segunda parte).
Valdría la pena conocer nuevas historias pero contadas por ‘los otros’, y escritas por ellos mismos, una en donde un paria, muestre la profundidad de su razonamiento, pero con la cortedad de su lenguaje; el aprendizaje puede ser el mismo o hasta mayor, solo que en otras palabras.
2 Comentarios:
Hola Victor, te agradezco tu empatía. Hermoso lugar, deduzco, de donde escribes. Como lectora te diré que los libros son nuestro refugio y leemos para saber que no estamos solos. Bendita lectura, y hay tanto por leer...
Totalmente de acuerdo con los artìculos sobre La feria y su èxito. Y en relaciòn a tu ùltimo artìculo, El problema del lenguaje, creo que hay escritos que contienen desde el muy sencillo al màs complicado. Y los podemos recomendar segun sea el posible lector. Prueba està en los cuentos de Rulfo en "El llano en llamas"; mayor sencillez no podemos pedir que los diàlogos entre el aspirante a mojado y su padre en "Paso del Norte" o la descripciòn del llano en "Nos han dado la tierra". "No decimos lo que pensamos. Hace ya tiempo que se nos acabaron las ganas de hablar. Se nos acabaron con el calor. Uno platicarìa muy a gusto en otra parte, pero aquì cuesta trabajo. Uno platica aquì y las palabras se calientan en la boca con el calor de afuera, y se le resecan a uno en la lengua hasta que acaban con el resuello". Hasta parecerìa cualquier verano en Mexicali.
Lo que si definitivamente no recomendaria a los que no leen (lo digo con el debido respeto) es que empiecen con El Quijote.
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