El valor de leer
Si los beneficios de la lectura fueran automáticos, o un proceso natural que no demandara esfuerzos adicionales, los trabajos de promoción resultarían innecesarios y los lectores abundarían.
Pero que leer requiere de preparación –o por lo menos de paciencia- casi nadie lo dice, mucho menos, sabemos para qué es útil lo que se obtiene de pasar la vista y procesar las miles de palabras, contenidas en un bloque de papel encuadernado.
Cuando alguien decide conseguir un libro (por lo general literatura) que los ‘expertos’ consideran como una joya, sufre cuando tras acumular cinco páginas, descubre que no está a la altura de las patrones establecidos entre los ‘lectores de alto rendimiento’; alcanza a comprender lo que su limitado contexto le permite, pero no lo que sería ‘lo ideal’. El libro, pues, termina apilado en espera de una mejor oportunidad, y el lector en cierne, desilusionado.
Ni que decir de alguien que, sin experiencia ‘culta’ pero armado de valor, acude a una librería en busca de esa gran obra proporcionadora de felicidad, solo para quedar pasmado ante la inmensa variedad de opciones: libros de todos colores, tamaños, temas, precios. Si bien le va, sale con un libro con el que se siente identificado (y lo mas probable es que no sea una obra literaria), aunque en el peor de los casos, tanto documento lo abruma y decida abandonar el espacio.
Los promotores de lectura, asumen –peligrosamente- que el ciudadano promedio debe contar con un completo bagaje intelectual similar al de ellos (en el caso de que los promotores sean, de verdad, lectores), como para poder disfrutar a un nivel de experto, una obra de arte de la literatura universal; es, tal vez por eso, que sus herramientas de promoción y convencimiento no sean las más eficaces. Además, les resulta complicado definir en qué consiste la ganancia obtenida.
Los beneficios de leer no llegan solos, hace falta contar con la paciencia y la auto confianza (además de habilidad analítica, atributos que se adquieren con la práctica) para escuchar a otra persona, platicar sobre sus experiencias, sin sentirse impresionados. El diálogo es privado entre quien habla a través de sus textos, y quien escucha y responde, por medio de la lectura, de las anotaciones al margen, y de compartir lo leído con otros; el libro no es chismoso, ni tampoco humilla a un primerizo, es un noble maestro dispuesto a compartir sus conocimientos, sus experiencias, con quien desee.
Asimismo, la diversidad de opciones a través de las cuales, es posible aprender a vivir, abarca gran variedad de campos, todos ellos, dignos de ser explorados. Como el beneficio de la lectura, depende en gran parte, de la actitud del lector, lo más recomendable es la apertura a toda corriente de información.
Quién pensaría, por ejemplo, que en un libro de matemáticas aplicadas a la administración, sería posible, encontrar orientación y consuelo ante los pasos que damos en la vida (Teoría de las decisiones, Jean Paul Rheault, Limusa, 1973). [Una buena decisión, es buena, solo durante el momento en que fue tomada, siempre y cuando hayamos considerado todos los elementos a su alrededor].
En esto de leer no deberían de pesar los juicios de los expertos (aunque sí valga considerar su guía), sobre todo por que lo valioso supera el umbral de la lectura, y aparece en cada acto que hacemos a diario.
Pero que leer requiere de preparación –o por lo menos de paciencia- casi nadie lo dice, mucho menos, sabemos para qué es útil lo que se obtiene de pasar la vista y procesar las miles de palabras, contenidas en un bloque de papel encuadernado.
Cuando alguien decide conseguir un libro (por lo general literatura) que los ‘expertos’ consideran como una joya, sufre cuando tras acumular cinco páginas, descubre que no está a la altura de las patrones establecidos entre los ‘lectores de alto rendimiento’; alcanza a comprender lo que su limitado contexto le permite, pero no lo que sería ‘lo ideal’. El libro, pues, termina apilado en espera de una mejor oportunidad, y el lector en cierne, desilusionado.
Ni que decir de alguien que, sin experiencia ‘culta’ pero armado de valor, acude a una librería en busca de esa gran obra proporcionadora de felicidad, solo para quedar pasmado ante la inmensa variedad de opciones: libros de todos colores, tamaños, temas, precios. Si bien le va, sale con un libro con el que se siente identificado (y lo mas probable es que no sea una obra literaria), aunque en el peor de los casos, tanto documento lo abruma y decida abandonar el espacio.
Los promotores de lectura, asumen –peligrosamente- que el ciudadano promedio debe contar con un completo bagaje intelectual similar al de ellos (en el caso de que los promotores sean, de verdad, lectores), como para poder disfrutar a un nivel de experto, una obra de arte de la literatura universal; es, tal vez por eso, que sus herramientas de promoción y convencimiento no sean las más eficaces. Además, les resulta complicado definir en qué consiste la ganancia obtenida.
Los beneficios de leer no llegan solos, hace falta contar con la paciencia y la auto confianza (además de habilidad analítica, atributos que se adquieren con la práctica) para escuchar a otra persona, platicar sobre sus experiencias, sin sentirse impresionados. El diálogo es privado entre quien habla a través de sus textos, y quien escucha y responde, por medio de la lectura, de las anotaciones al margen, y de compartir lo leído con otros; el libro no es chismoso, ni tampoco humilla a un primerizo, es un noble maestro dispuesto a compartir sus conocimientos, sus experiencias, con quien desee.
Asimismo, la diversidad de opciones a través de las cuales, es posible aprender a vivir, abarca gran variedad de campos, todos ellos, dignos de ser explorados. Como el beneficio de la lectura, depende en gran parte, de la actitud del lector, lo más recomendable es la apertura a toda corriente de información.
Quién pensaría, por ejemplo, que en un libro de matemáticas aplicadas a la administración, sería posible, encontrar orientación y consuelo ante los pasos que damos en la vida (Teoría de las decisiones, Jean Paul Rheault, Limusa, 1973). [Una buena decisión, es buena, solo durante el momento en que fue tomada, siempre y cuando hayamos considerado todos los elementos a su alrededor].
En esto de leer no deberían de pesar los juicios de los expertos (aunque sí valga considerar su guía), sobre todo por que lo valioso supera el umbral de la lectura, y aparece en cada acto que hacemos a diario.
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal