La ganancia de leer
La ganancia de leer puede, en ocasiones, reducirse a una sola frase. El aprendizaje, como todo en la vida, llega hasta de donde menos se espera: un libro ‘infumable’, leído solo por orgullo o hasta por obligación.
Como las lecciones llegan cuando uno está a dispuesto a tomarlas, da lo mismo si provienen de un pepenador, o de un doctor en filología, de un libro de texto, o de una novela tradicional; la clave se ubica en la voluntad, en la actitud mostrada ante el documento a leer, ante la persona con quien se comparte puntos de vista.
Creer, por ejemplo, que para presumir (o para que el prójimo nos crea, como si ahí radicara el valor) que se ha leído un libro, es preciso recordarlo todo (y hasta recitarlo), ha derivado en una conducta dañina.
Por que una cosa es ver a un libro (o cualquier otro documento que contenga información) como la oportunidad de aprender de alguien con otros conocimientos, y otra es ver en el libro, al amigo rico e influyente, que nos ‘contagia’ de status con solo estar a su lado, con vestirnos como él, al imitar sus palabras.
Tal vez por eso, alguien tuvo el tino de inventar la categoría de ‘leedor’ para definir a quien tiene por norma personal, revisar todo trozo de papel que contenga letras impresas, con el ánimo de encontrar algo que pueda ser útil, disfrutable; distinto al ‘lector’ que solo valora lo que es ‘culturalmente correcto’.
Por principio de cuentas, para un ‘leedor’ -que por lo general, desconoce la existencia de esa denominación- no existen producciones tipográficas malas, lo bueno radica en la atención que se ponga en el documento, y en la utilidad que pueda tener en el futuro: Como inspirador para producciones venideras, para comprender algo nuevo, o solo por placer.
[Aunque aquí vale la pena advertir la diferencia de la lectura como motivo de estudio, y las formas de lectura hasta el momento comentadas en este espacio. Leer para estudiar, debe de seguir el camino utilizado por los creativos: La constante lucha para llegar al fondo de algo, aderezada con reflexiones, y la consabida práctica de ensayo-error].
Un ‘leedor’ integra su opinión sobre lo leído y lo que debe de leer, utilizando la información reunida en su bagaje, y analizando el contenido del documento revisado, de ahí que posea mayor facilidad para encontrar valor hasta en lo más insospechado. Un lector, por lo general, basa sus actividades en lo que los líderes de opinión cultural califican como óptimo (y de paso, cierra ojos, corazón y mente a cualquier otra manifestación expresiva), sin molestarse por averiguar y descubrir si eso que se ofrece como de ‘inmaculada calidad literaria’, sea así en la realidad.
Lo peor llega para el lector cuando el criterio del ambiente social le pesa mas que ese sentido adicional que poseemos, -el cual nos advierte cuando algo no es lo mas recomendable-, y entonces tiende a dar por correcto un hecho, aunque en el fondo de su ser, carezca de elementos o incluso hasta de interés para aceptarlo.
Recitar títulos, frases o hasta párrafos de un libro, como muestra de que se ha leído, no es una garantía y sirve solo para apantallar incautos; la ganancia de leer llega cuando se deja de pensar en la lectura como un fin; al tomar un documento sin algún otro interés que descubrir algo; al dejar de pensar en la opinión de los demás; cuando permitimos que la información fluya y encuentre el mejor cauce, en el tiempo adecuado, sin presiones, con gusto, armonía, tranquilidad.
Como las lecciones llegan cuando uno está a dispuesto a tomarlas, da lo mismo si provienen de un pepenador, o de un doctor en filología, de un libro de texto, o de una novela tradicional; la clave se ubica en la voluntad, en la actitud mostrada ante el documento a leer, ante la persona con quien se comparte puntos de vista.
Creer, por ejemplo, que para presumir (o para que el prójimo nos crea, como si ahí radicara el valor) que se ha leído un libro, es preciso recordarlo todo (y hasta recitarlo), ha derivado en una conducta dañina.
Por que una cosa es ver a un libro (o cualquier otro documento que contenga información) como la oportunidad de aprender de alguien con otros conocimientos, y otra es ver en el libro, al amigo rico e influyente, que nos ‘contagia’ de status con solo estar a su lado, con vestirnos como él, al imitar sus palabras.
Tal vez por eso, alguien tuvo el tino de inventar la categoría de ‘leedor’ para definir a quien tiene por norma personal, revisar todo trozo de papel que contenga letras impresas, con el ánimo de encontrar algo que pueda ser útil, disfrutable; distinto al ‘lector’ que solo valora lo que es ‘culturalmente correcto’.
Por principio de cuentas, para un ‘leedor’ -que por lo general, desconoce la existencia de esa denominación- no existen producciones tipográficas malas, lo bueno radica en la atención que se ponga en el documento, y en la utilidad que pueda tener en el futuro: Como inspirador para producciones venideras, para comprender algo nuevo, o solo por placer.
[Aunque aquí vale la pena advertir la diferencia de la lectura como motivo de estudio, y las formas de lectura hasta el momento comentadas en este espacio. Leer para estudiar, debe de seguir el camino utilizado por los creativos: La constante lucha para llegar al fondo de algo, aderezada con reflexiones, y la consabida práctica de ensayo-error].
Un ‘leedor’ integra su opinión sobre lo leído y lo que debe de leer, utilizando la información reunida en su bagaje, y analizando el contenido del documento revisado, de ahí que posea mayor facilidad para encontrar valor hasta en lo más insospechado. Un lector, por lo general, basa sus actividades en lo que los líderes de opinión cultural califican como óptimo (y de paso, cierra ojos, corazón y mente a cualquier otra manifestación expresiva), sin molestarse por averiguar y descubrir si eso que se ofrece como de ‘inmaculada calidad literaria’, sea así en la realidad.
Lo peor llega para el lector cuando el criterio del ambiente social le pesa mas que ese sentido adicional que poseemos, -el cual nos advierte cuando algo no es lo mas recomendable-, y entonces tiende a dar por correcto un hecho, aunque en el fondo de su ser, carezca de elementos o incluso hasta de interés para aceptarlo.
Recitar títulos, frases o hasta párrafos de un libro, como muestra de que se ha leído, no es una garantía y sirve solo para apantallar incautos; la ganancia de leer llega cuando se deja de pensar en la lectura como un fin; al tomar un documento sin algún otro interés que descubrir algo; al dejar de pensar en la opinión de los demás; cuando permitimos que la información fluya y encuentre el mejor cauce, en el tiempo adecuado, sin presiones, con gusto, armonía, tranquilidad.
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