Textos ‘deliciosos’
En dónde podemos ubicar la ‘deliciosidad’ del texto literario; esos argumentos tan socorridos por los promotores, debido a los cuales, todo individuo que los escuche, debe de caer rendido, levantarse y salir disparado a comprar un libro.
El gozo carece de medidas objetivas, que permitan determinar grados internos de satisfacción que puedan compartirse; es, en pocas palabras, tan subjetivo como todo buen sentimiento personal, por eso es riesgoso hablar de belleza en un texto, y confiar en que eso, sea suficiente para despertar el amor por un libro.
El mal de la no lectura tiene muchas explicaciones, aunque sean pocas las aplicaciones. Isabel Solé Gallart, en ‘El placer de leer’ (http://www.lecturayvida.org.ar/pdf/sole.pdf) dice: ‘La lectura ha sufrido por mucho tiempo los lastres de mitos, de conocimientos más o menos mágicos, que han impedido un tratamiento normal de su enseñanza. Disquisiciones sobre el momento idóneo para ‘empezar’….. impidieron durante demasiado tiempo la reflexión desde lo que es una certidumbre: que a leer se aprende leyendo, y que como en todos los ámbitos del aprendizaje, los aprendices utilizan todos los medios a su alcance para lograrlo’.
Uno puede tomar, por ejemplo, ‘Aura’ (ERA, 2001), de Carlos Fuentes, sin otra referencia que sólo ver un pequeño documento entre un montón de libros -que por poco y no alcanzaba la denominación formal de ‘libro’ (más de 49 páginas, según la Unesco)-.
En 64 hojas bastante sobradas –por que la historia puede caber en mucho menos espacio con otro diseño y distinta tipografía-, se desarrolla una historia atrayente por diversos factores: Se trata de un libro pequeño en tamaño y cantidad, que no espanta, lo cual de entrada representa una invitación a la lectura, mas allá de que lo escrito por Fuentes pueda parecer complicado, sobre todo por el personaje central: un erudito que vive aventuras fantasmagóricas.
Las invitaciones a la lectura deberían se arrojadas, directas y adaptadas para el público al que se piensa o desea convencer, sin el temor de ofender el ‘buen gusto’ en la redacción, y sin sentirse presionados por dirigir un mensaje tan ‘bello y delicioso’ como el mismo que se comenta.
Para un promotor oficial u oficioso de la lectura, es relativamente sencillo recomendar la lectura de historias literarias (al fin que de y para eso vive), pero qué ocurre cuando es necesario compartir el valor de otros libros, como, digamos, ‘Relato de robots’, de Isaac Asimov (Unidad Editorial, España), o mas disparatado aun, ‘El futbol a sol y sombra’, de Eduardo Galeano (Siglo XXI Editores).
En ambos casos es posible descubrir aspectos valiosos para la cotidianidad; mas allá de que los autores, cuenten con reconocimiento en los círculos especializados en los que se desarrollan o desarrollaron; de esas producciones, cada individuo lector tiene la posibilidad de rescatar algo, cuya repercusión puede o no reflejarse de inmediato, es más, tal vez lo aprendido ni siquiera quede registrado en la conciencia, y sin embargo, algo va a modificar.
Leer no quiere decir memorizarse un poema de García Lorca (‘Romancero Gitano’, Grupo Editorial Tomo), y luego en una charla de sobremesa recitar grandilocuente: ‘Verde que te quiero verde/verde viento, verdes ramas/ Los dos compadres subieron/ El largo viento dejaba/en la boca un raro gusto/de hiel, de menta y de albahaca’, para después observar, satisfecho y orondo, la reacción del público. Quizá la lección de la lectura, la dio el mismo poeta español en ‘La casada infiel’: ‘La luz del entendimiento/me hace ser muy comedido’.
El gozo carece de medidas objetivas, que permitan determinar grados internos de satisfacción que puedan compartirse; es, en pocas palabras, tan subjetivo como todo buen sentimiento personal, por eso es riesgoso hablar de belleza en un texto, y confiar en que eso, sea suficiente para despertar el amor por un libro.
El mal de la no lectura tiene muchas explicaciones, aunque sean pocas las aplicaciones. Isabel Solé Gallart, en ‘El placer de leer’ (http://www.lecturayvida.org.ar/pdf/sole.pdf) dice: ‘La lectura ha sufrido por mucho tiempo los lastres de mitos, de conocimientos más o menos mágicos, que han impedido un tratamiento normal de su enseñanza. Disquisiciones sobre el momento idóneo para ‘empezar’….. impidieron durante demasiado tiempo la reflexión desde lo que es una certidumbre: que a leer se aprende leyendo, y que como en todos los ámbitos del aprendizaje, los aprendices utilizan todos los medios a su alcance para lograrlo’.
Uno puede tomar, por ejemplo, ‘Aura’ (ERA, 2001), de Carlos Fuentes, sin otra referencia que sólo ver un pequeño documento entre un montón de libros -que por poco y no alcanzaba la denominación formal de ‘libro’ (más de 49 páginas, según la Unesco)-.
En 64 hojas bastante sobradas –por que la historia puede caber en mucho menos espacio con otro diseño y distinta tipografía-, se desarrolla una historia atrayente por diversos factores: Se trata de un libro pequeño en tamaño y cantidad, que no espanta, lo cual de entrada representa una invitación a la lectura, mas allá de que lo escrito por Fuentes pueda parecer complicado, sobre todo por el personaje central: un erudito que vive aventuras fantasmagóricas.
Las invitaciones a la lectura deberían se arrojadas, directas y adaptadas para el público al que se piensa o desea convencer, sin el temor de ofender el ‘buen gusto’ en la redacción, y sin sentirse presionados por dirigir un mensaje tan ‘bello y delicioso’ como el mismo que se comenta.
Para un promotor oficial u oficioso de la lectura, es relativamente sencillo recomendar la lectura de historias literarias (al fin que de y para eso vive), pero qué ocurre cuando es necesario compartir el valor de otros libros, como, digamos, ‘Relato de robots’, de Isaac Asimov (Unidad Editorial, España), o mas disparatado aun, ‘El futbol a sol y sombra’, de Eduardo Galeano (Siglo XXI Editores).
En ambos casos es posible descubrir aspectos valiosos para la cotidianidad; mas allá de que los autores, cuenten con reconocimiento en los círculos especializados en los que se desarrollan o desarrollaron; de esas producciones, cada individuo lector tiene la posibilidad de rescatar algo, cuya repercusión puede o no reflejarse de inmediato, es más, tal vez lo aprendido ni siquiera quede registrado en la conciencia, y sin embargo, algo va a modificar.
Leer no quiere decir memorizarse un poema de García Lorca (‘Romancero Gitano’, Grupo Editorial Tomo), y luego en una charla de sobremesa recitar grandilocuente: ‘Verde que te quiero verde/verde viento, verdes ramas/ Los dos compadres subieron/ El largo viento dejaba/en la boca un raro gusto/de hiel, de menta y de albahaca’, para después observar, satisfecho y orondo, la reacción del público. Quizá la lección de la lectura, la dio el mismo poeta español en ‘La casada infiel’: ‘La luz del entendimiento/me hace ser muy comedido’.
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