jueves, octubre 12, 2006

Por el derecho a no leer

En este espacio se defiende el derecho a no leer, y a ser respetado y valorado por las aportaciones que alguien realiza para el desenvolvimiento armónico de la vida, sea cual sea, la fuente que las nutra.

Para entender algo, para vivirlo y hasta nada más por el placer de disfrutarlo, tomar un libro, leerlo y reflexionarlo puede ser una experiencia enriquecedora, mas no la única.

El humano vió en el libro un elemento para transmitir información, evitando así, que se diluyera con el paso de las generaciones, o que el contenido final, fuera diametralmente opuesto al original, por los agregados o hasta por las malas interpretaciones, y la censura.

Ante la imposibilidad de hacerlo personalmente, una charla trascendente, un descubrimiento resultado de mucho tiempo de investigaciones, o de una observación, merecía y merece ser compartido con gente siempre dispuesta, y que mejor camino que la palabra escrita encerrada en una pasta dura.

Entonces el libro tomó una enorme fuerza. La aportación de Gutenberg, permitió la producción veloz de documentos en los que antes se tardaban años; ese ahorro en tiempo, sirvió para mejorar otros aspectos de la cadena productiva: un libro podía viajar a cualquier parte.

El libro como un maestro que devela caminos no explorados del conocimiento formal, el libro como un amigo que comparte penas, pero también esperanza en la raza humana. Ese amigo, ese profesor desinteresado, ha cambiado de manera paulatina su rostro ante los demás.

Ahora hay que leer para, dizque (contracción de ‘dicen que’), saber mucho, o para ser ‘culto’ y respetado en el mundo global. Estos nuevos maestros, preocupados más por el qué dirán, se han encargado de abrazar al libro como una tabla salvadora, o como reza el dicho popular: como el último refresco en el desierto.

Y en ese ínterin, el resto de los profesores han sido rechazados: Actualmente, ser un observador acucioso del mundo que te rodea, y con la suficiente capacidad de generar aportaciones valiosas para la cotidianidad, carece de reconocimiento; los profesores a la antigüita ya no sirven, pero tampoco los modernos, porque o han sido corrompidos por el poderoso y su afán de tener mas sin importar la calidad, o porque los maestros ‘dignos’ los hacen menos: la televisión, y el internet están siendo subutilizados.

El humano que llevó unos cuantos grados de educación o quien de grande utilizó los servicios de alfabetización, es un cliente potencial de los maestros empacados en forma de libro. Cualquiera que se dé una vuelta por las especiales que ponen algunos supermercados (enormes mesas repletas de libros de todo tipo, a precios bajos) va descubrir lo impensable: decenas de personas ajenas al estándar del establishment cultural, hojeando y luego comprando libros.

Insisto: Es bueno leer, pero no leer también lo es, y debería ser aceptado culturalmente; importa el fin y no tanto los caminos a tomar. Lo que provocan las campañas motivadoras de la lectura, es el ‘efecto glorieta’: todo el mundo les saca la vuelta; si tan solo fueran capaces de mostrar las bondades de las cartas y dejarlas sobre la mesa, habría más de uno que voltearía a verlas.

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