jueves, julio 27, 2006

Citas



En la búsqueda del nirvana (un estado perpetuo de bondad), los budistas tibetanos son estrictos con lo que leen; todo documento debe de pasar pruebas de razonamiento y de coherencia: ‘Es una cuestión de sentido común que cuando una cosa es verdadera a propósito de los aspectos mas difíciles de una problemática, tanto más lo es en lo que concierne a los temas más simples’.

Por eso, para ellos, es recomendable utilizar citas textuales de algunas enseñanzas, con el fin de puntualizar y ‘disipar numerosas dudas injustificadas y abrir nuevas perspectivas’, por que ‘el fin último de la educación es dotarnos de medios para obtener la felicidad y evitar la desdicha’ (La meditación paso a paso, Dalai Lama, Grijalbo).

Y, por tal motivo, refieren del ‘Compendio del perfecto Dharma’: ‘Oh, Buda, un bodhisattva (quien aspira al despertar, para obrar por el bien de los seres vivientes) no debería adiestrarse en numerosas prácticas. Si un bodhisattva se atiene correctamente a su único Dharma y lo asume a la perfección, reúne todas las cualidades de un buda en la palma de la mano. Y si preguntas cuál es ese Dharma, la respuesta es: la gran compasión’.

Entre el vicio de citar sólo con el ánimo de causar impresión en el público lector, e intentar fortalecer una idea con la mayor cantidad de aliados, existe una enorme diferencia.

La trascendencia de una proposición escrita no radica, por supuesto, en la cantidad de frases acumuladas, por que en ocasiones, es común descubrir citas en contextos inadecuados producto de lecturas forzadas (intentar encontrar algo ‘citable’ en todo lo que se lee), o de ausencia de lecturas (recurrir a citas celebres o aforismos es útil, el problema es que en muchas ocasiones, el sentido original se pierde en el traslado).

Una propuesta se llena de valor, cuando de raiz busca desvelar nuevos horizontes, por que una cosa es rescatar algo de todo lo que es consultado, muy a pesar de que nos parezca petulante o chafa, y otra es percibir, de entrada, que aquello que tenemos entre manos, fue pensado, diseñado y elaborado, para construir entornos afectivos.

Aristóteles, al escribir sobre ética para su hijo Nicómaco, se valió de cuanto recurso tenía disponible para dejarnos en claro que ‘el hombre feliz es el que vive bien y obra bien, por que virtualmente hemos definido la felicidad como una especie de vida dichosa y de conducta recta’.

Para eso, citó de la inscripción de Delos: ‘Lo más bello es la perfecta justicia/ lo mejor la salud/ pero lo más deleitoso es alcanzar lo que se ama’; o nos repitió las palabras de Hesíodo: ‘El varón superior es el que por sí lo sabe todo; bueno es también el que cree al que habla juiciosamente; pero el que ni de suyo sabe ni deposita en su ánimo, lo que oye de otro, es un tipo inservible’; lo mismo hizo con el lema de Anacarsis, ‘Diviértete para que puedas luego ocuparte de cosas serias’ (Ética Nicomaquea, Aristóteles, editorial Porrúa; libros I y X); mientras que en ‘El arte poética’, sobre el bien escribir, nos recuerda los versos de Empédocles: ‘Hiciéronse mortales/ las cosas que antes eran inmortales;/ mezcladas antes, luego separadas,/ mudaron de moradas’.

A final de cuentas, con muchas citas o con pocas, es vital comprender que leer, es un proceso interno que suele tener, manifestaciones externas en ocasiones palpables, pero la mayoría de las veces se refleja en acciones, en discretos comportamientos que fortalecen la convivencia. Conocemos para mejorar nuestra vida, mejorando un poco la de los demás.

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