miércoles, julio 12, 2006

El factor 'inteligencia'


El factor 'inteligencia’ afecta el proceso de leer, cuando, tras acumular una cantidad determinada de libros (leídos o sin leer), el individuo hace a un lado el valor útil y siente que despega de los demás mortales que lo rodean.

Un primer conflicto a resolver es el relacionado con una definición satisfactoria de la palabra ‘inteligencia’. Personalmente el término me resulta ofensivo por el uso popular, fanático e intransigente; un ser inteligente, es para la enorme mayoría, aquel mítico espécimen que lo mismo es hábil para resolver un problema manual, como para dominar las ciencias, las artes, los números; lo único constante, en esa percepción, es el hecho de ser distinto del vulgo.

Como sea, aun sin entender con certeza qué significa, pero básicamente, cómo medirlo eficazmente, el grueso de la población siente o desea sentirse especial, marcar una gruesa línea. En el caso de la idolatría a la lectura, el apego a la literatura, y a las finas costumbres con las que carga, ha provocado una separación que cada día crece más, entre el potencial público lector.

El problema es que la percepción sobre la lectura, es tan adversa, y las campañas motivadoras, tan ineficaces, que esta herramienta duerme el sueño de los justos, y amenaza con seguir durmiendo, al arrullo de los trebejos tecnológicos y de la monotonía de la vida.

Y como presunto responsable, podemos ubicar a la relación directa que algunos elementos de la sociedad, hacen entre lectura y literatos, dejando de lado todo aquello que la palabra escrita e impresa, puede abonar para el crecimiento individual y posteriormente grupal.

El revelador trabajo de investigación de Laura López Murillo (‘Estrategias de lectura y escritura en Bachillerato: percepción y aprovechamiento de los alumnos’), parece confirmar y al mismo tiempo, explicar el conflicto.

Lo doloroso no es que el alumno de preparatoria en Mexicali, haga a un lado la lectura, y prefiera aquello que le brinde satisfacción económica inmediata, sino los motivos que arguye para hacerlo: No conviene estudiar literatura por que está mal remunerada, y, por si fuera poco, sólo la estudian los ricos para tener cultura.

Los maestros en el Colegio de Bachilleres, saben de este problema y hacen luchas titánicas para revertir esa percepción: ‘… ninguno de ellos pensaba que la lectura pudiera ser útil en su profesión. Algunos consideraban que la redacción era una actividad propia de las secretarias y que en su carrera profesional no sería necesaria.’

Ha sido una constante en este espacio (próximo a llegar a su primer aniversario), el análisis del proceso de la lectura desde diversos ángulos, con el ánimo de ofrecer respuestas que brinden resultados; hemos criticado aquí la acumulación de capital intelectual de parte de unos cuantos, y la incapacidad de los promotores, de explicar las bondades del conocimiento y de ponerlo al alcance de la mayoría.

Aunque resultaría aventurado y prematuro, establecer una relación directa entre los datos obtenidos en el estudio de López Murillo, y la tesis acusada en esta columna, todo parece indicar que las pistas ubicadas, así como lo reflexionado aquí, no andan tan errados.

Leer –o presumir que se lee-, literatura, es símbolo de clase, 'inteligencia', distinción, estatus, aun cuando no exista un común denominador del valor real y medible; sin embargo, Ramírez y Estrada en el capitulo II, de su trabajo inédito ‘La lectura como fuente para el desarrollo de la creatividad y formación de valores en los estudiantes de nivel medio superior, integrando las nuevas tecnologías en la educación’, dan algunas señales esperanzadoras:

‘…..los adolescentes al ir madurando y desarrollando su personalidad en esta etapa definitiva de su vida, deben aprovechar la experiencia de buenos autores que aconsejen cómo tener una personalidad positiva y llena de sensibilidad para la vida’ (p. 20), y abundan, ‘…la literatura puede ser también comunicador de experiencias, saberes, ideologías, puede ser filosófica, religiosa, política, oral, didáctica, erótica… y tener la función de esas materias, y se dice también, habiendo dado placer, expresará, a la vez, algo por lo cual no se habían hallado palabras’ (p. 28).

Pero ante la presencia de un documento impreso, una enorme mayoría lo rechaza, por que la minoría que lo abraza, cae seducido ante lo sublime de puede ser la condición de lector de obras clásicas, al estilo de la abuela de Jean-Paul Sastre, según lo relata en su obra autobiográfica ‘Las Palabras’ (editorial Losada, p. 29):

‘… tras haber elegido uno de ellos, se instalaba junto a la ventana, en la poltrona, se calzaba las gafas, suspiraba de felicidad y de lasitud, bajaba los párpados con una fina sonrisa voluptuosa, que después encontré en los labios de La Gioconda; mi madre se callaba, me pedía que me callase… soltaba una risita de vez en cuando; llamaba a su hija, señalaba una línea con el dedo y las dos mujeres intercambiaban una mirada de complicidad’.

Aun cuando la investigación en este espacio, recién inicia, los primeros datos tienden a confirmar la necesidad de revalorar el papel del libro como objeto de culto, y ser capaces de comunicar sus múltiples facetas, de descubrir las ventajas del conocimiento, y de las vías para lograrlo.

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