Rasgarse las vestiduras
Al intentar precisar el origen y significado de la frase ‘rasgarse las vestiduras’, surgen diversos episodios bíblicos –en específico en el Antiguo Testamento-, que dan cuenta de hechos que dieron pie, para la posterior utilización de esta locución.
Uno de ellos es el narrado en el segundo libro de los Reyes capítulo 6, versículos 24 al 33: ‘Cuando el rey oyó las palabras de aquella mujer, rasgó sus vestidos, y pasó así por el muro; y el pueblo vio el cilicio (una especie de faja, para autoflagelarse) que traía interiormente en su cuerpo’.
Romperse la ropa tuvo como uno de sus primeros significados, el ser una señal de indignación; eso, que en apariencia sí ocurría físicamente (que alguien trozara su ropa), pasó a convertirse en un símbolo pero cargado de connotaciones burlescas.
Antes, quien destrozaba parcialmente su vestimenta, dejaba en claro que había sido ofendido y era necesario un acto reparador; ahora, se acusa a alguien de ‘rasgarse las vestiduras’ cuando se le quiere hacer ver su intolerancia, su chovinismo, la defensa a ultranza de su fanatismo, el no aceptar que existen otros puntos de vista, que pueden construir.
La frase conserva de origen el insulto como el principal motivador. En la actualidad, cuando alguien se siente ofendido, no rasga sus ropas –por que se vería ridículo haciendo semejante berrinche, aunque ganas no le falten- ni tampoco lo dice abiertamente, ya que eso le corresponde al observador, al provocador del deshonor.
Una incalculable cantidad de personas en el mundo, rasgaron sus vestiduras, cuando el escritor José Saramago estableció que la lectura es exclusiva de las minorías (nada novedoso, el problema es quién lo dijo). Resulta complicado poder establecer conclusiones a partir de la información periodística, distribuida por la agencia EFE, por que es escueta, sin embargo marca la pauta para retomar algunas consideraciones que ya han sido abordadas en anteriores colaboraciones.
‘Mal andan las cosas si resulta necesario estimular la lectura, porque nadie necesita estimular el futbol…. No vale la pena el voluntarismo, es inútil, leer siempre fue y siempre será cosa de una minoría. No vamos a exigir a todo el mundo la pasión por la lectura’.
En este hecho existió una doble sinrazón para ofenderse: en primer término, el escritor portugués era oficialmente, uno de los colaboradores del programa de promoción de lectura en su país; además, en su papel de premio Nóbel de Literatura, sus declaraciones rebasan las fronteras lusitanas y permean por todo el mundo intelectual.
Otra sinrazón oculta viene tras haber revelado algo, que parecía ser un secreto del código oculto de la cofradía intelectual, integrada por ‘lectores de alto rendimiento’: La lectura es el más alto activo del capital intelectual, algo que no conviene compartir con los demás, por que el encanto se pierde. Eso por sabido se calla; fue entonces, una especie de reclamo, un ‘entre gitanos no nos leemos la mano’, sobre todo por que ante la sociedad, los amantes de la literatura, presumen de ser promotores de la lectura, aunque equivoquen premeditada o inconscientemente las técnicas.
Resulta complicado de entender, ya no digamos el sentimiento de ofensa (que trató de ser explicado aquí), sino el deseo de promocionar la actividad de leer, en principio por que no hay algo plasmado en algún objetivo medible y realista, algo que facilite la comprensión de las metas.
Los programas oficiales y oficiosos de promoción, parten de la premisa del crecimiento espiritual derivado de leer literatura (y si son grandes autores, mucho mejor), y el problema es que solo hasta ahí llegan –eso, sin considerar la arbitraria mezcla de significados entre libro, leer, lectura, cultura: todo es uno y quiere decir lo mismo; el libro salva, no la lectura, o mucho menos la reflexión posterior.
‘El libro es como el agua. Se le imponen cerrojos y diques, pero siempre termina abriéndose paso’, expuso el escritor argentino Tomás Eloy Martínez, en un discurso reproducido por la revista Proceso en su edición 1539. ‘La cultura… añade las ventajas del conocimiento, la imaginación, el cultivo del sentido del humor, la erudición’, es la conclusión a la que llega Carlos Monsiváis (‘De los proyectos culturales”, La Crónica, 3 de junio de 2006).
Los ejemplos anteriores, y muchos mas, parecen concretos y hasta pueden recibir el adjetivo de ‘bellos’ (tanto por su intención, como por la forma en que están construidas las frases), pero, para efectos prácticos de motivación o creación de nuevos lectores, son inútiles, principalmente por que sus destinatarios, al igual que los emisores, son incapaces de establecer una conexión efectiva con la vida cotidiana, eso que tanto llamaba la atención de Gabriel Zaid, en su ensayo de 1981 ‘Conectar lecturas y experiencias’ (es posible leer la mayoría de la producción de Zaid, a partir de 1977, en la siguiente dirección http://www.letraslibres.com/index.php?sec=22&autor=Gabriel%20Zaid).
Quienes por diversas razones y a través de variados caminos, se convierten en aprendices e imitadores fieles, del comportamiento de los ‘lectores de alto rendimiento’, descubren, con el paso del tiempo, el valor social de aglutinar, presumir y no compartir los conocimientos; esa conducta la asimilan y transmiten a la siguiente generación.
Pero, como establece Mortimer J. Adler en su libro ‘Diez errores filosóficos’ (Grijalbo, 1985): ‘El conocimiento no es el mejor de los bienes intelectuales. Tiene más valor el entendimiento y todavía mayor, la sabiduría (no confundir, por favor, con erudición).
La lectura (como la concibe la clase cultural), en efecto, puede que nunca esté al alcance del pueblo, en parte por que el camino para el descubrimiento del gozo en la vida cotidiana, tiene varias opciones de abordaje: la contemplación de la naturaleza, el dialogo con los demás. Aunque también, cabe la posibilidad de que los muchos lean mucho, siempre y cuando sepan para qué.
Uno de ellos es el narrado en el segundo libro de los Reyes capítulo 6, versículos 24 al 33: ‘Cuando el rey oyó las palabras de aquella mujer, rasgó sus vestidos, y pasó así por el muro; y el pueblo vio el cilicio (una especie de faja, para autoflagelarse) que traía interiormente en su cuerpo’.
Romperse la ropa tuvo como uno de sus primeros significados, el ser una señal de indignación; eso, que en apariencia sí ocurría físicamente (que alguien trozara su ropa), pasó a convertirse en un símbolo pero cargado de connotaciones burlescas.
Antes, quien destrozaba parcialmente su vestimenta, dejaba en claro que había sido ofendido y era necesario un acto reparador; ahora, se acusa a alguien de ‘rasgarse las vestiduras’ cuando se le quiere hacer ver su intolerancia, su chovinismo, la defensa a ultranza de su fanatismo, el no aceptar que existen otros puntos de vista, que pueden construir.
La frase conserva de origen el insulto como el principal motivador. En la actualidad, cuando alguien se siente ofendido, no rasga sus ropas –por que se vería ridículo haciendo semejante berrinche, aunque ganas no le falten- ni tampoco lo dice abiertamente, ya que eso le corresponde al observador, al provocador del deshonor.
Una incalculable cantidad de personas en el mundo, rasgaron sus vestiduras, cuando el escritor José Saramago estableció que la lectura es exclusiva de las minorías (nada novedoso, el problema es quién lo dijo). Resulta complicado poder establecer conclusiones a partir de la información periodística, distribuida por la agencia EFE, por que es escueta, sin embargo marca la pauta para retomar algunas consideraciones que ya han sido abordadas en anteriores colaboraciones.
‘Mal andan las cosas si resulta necesario estimular la lectura, porque nadie necesita estimular el futbol…. No vale la pena el voluntarismo, es inútil, leer siempre fue y siempre será cosa de una minoría. No vamos a exigir a todo el mundo la pasión por la lectura’.
En este hecho existió una doble sinrazón para ofenderse: en primer término, el escritor portugués era oficialmente, uno de los colaboradores del programa de promoción de lectura en su país; además, en su papel de premio Nóbel de Literatura, sus declaraciones rebasan las fronteras lusitanas y permean por todo el mundo intelectual.
Otra sinrazón oculta viene tras haber revelado algo, que parecía ser un secreto del código oculto de la cofradía intelectual, integrada por ‘lectores de alto rendimiento’: La lectura es el más alto activo del capital intelectual, algo que no conviene compartir con los demás, por que el encanto se pierde. Eso por sabido se calla; fue entonces, una especie de reclamo, un ‘entre gitanos no nos leemos la mano’, sobre todo por que ante la sociedad, los amantes de la literatura, presumen de ser promotores de la lectura, aunque equivoquen premeditada o inconscientemente las técnicas.
Resulta complicado de entender, ya no digamos el sentimiento de ofensa (que trató de ser explicado aquí), sino el deseo de promocionar la actividad de leer, en principio por que no hay algo plasmado en algún objetivo medible y realista, algo que facilite la comprensión de las metas.
Los programas oficiales y oficiosos de promoción, parten de la premisa del crecimiento espiritual derivado de leer literatura (y si son grandes autores, mucho mejor), y el problema es que solo hasta ahí llegan –eso, sin considerar la arbitraria mezcla de significados entre libro, leer, lectura, cultura: todo es uno y quiere decir lo mismo; el libro salva, no la lectura, o mucho menos la reflexión posterior.
‘El libro es como el agua. Se le imponen cerrojos y diques, pero siempre termina abriéndose paso’, expuso el escritor argentino Tomás Eloy Martínez, en un discurso reproducido por la revista Proceso en su edición 1539. ‘La cultura… añade las ventajas del conocimiento, la imaginación, el cultivo del sentido del humor, la erudición’, es la conclusión a la que llega Carlos Monsiváis (‘De los proyectos culturales”, La Crónica, 3 de junio de 2006).
Los ejemplos anteriores, y muchos mas, parecen concretos y hasta pueden recibir el adjetivo de ‘bellos’ (tanto por su intención, como por la forma en que están construidas las frases), pero, para efectos prácticos de motivación o creación de nuevos lectores, son inútiles, principalmente por que sus destinatarios, al igual que los emisores, son incapaces de establecer una conexión efectiva con la vida cotidiana, eso que tanto llamaba la atención de Gabriel Zaid, en su ensayo de 1981 ‘Conectar lecturas y experiencias’ (es posible leer la mayoría de la producción de Zaid, a partir de 1977, en la siguiente dirección http://www.letraslibres.com/index.php?sec=22&autor=Gabriel%20Zaid).
Quienes por diversas razones y a través de variados caminos, se convierten en aprendices e imitadores fieles, del comportamiento de los ‘lectores de alto rendimiento’, descubren, con el paso del tiempo, el valor social de aglutinar, presumir y no compartir los conocimientos; esa conducta la asimilan y transmiten a la siguiente generación.
Pero, como establece Mortimer J. Adler en su libro ‘Diez errores filosóficos’ (Grijalbo, 1985): ‘El conocimiento no es el mejor de los bienes intelectuales. Tiene más valor el entendimiento y todavía mayor, la sabiduría (no confundir, por favor, con erudición).
La lectura (como la concibe la clase cultural), en efecto, puede que nunca esté al alcance del pueblo, en parte por que el camino para el descubrimiento del gozo en la vida cotidiana, tiene varias opciones de abordaje: la contemplación de la naturaleza, el dialogo con los demás. Aunque también, cabe la posibilidad de que los muchos lean mucho, siempre y cuando sepan para qué.
2 Comentarios:
gracias. me as sido de mucha ayuda
He estado leyendo su entrada hasta que me rasgué las vestiduras al ver la frase: "...premio Nóbel..."
Nobel es un apellido extranjero y aparece en la RAE sin tilde.
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