París y Mexicali
La bondad de ubicar un patrón de comportamiento, es que facilita plantear estrategias y encontrar respuestas, sin necesidad de invertir tanto en el diseño y aplicación de investigaciones.
En París y sus alrededores, un grupo de expertos encabezados por Joelle Bahloul, realizaron un trabajo, publicado por el Fondo de Cultura Económica (que se suma a las más de 200 investigaciones sobre la materia, hechas desde 1955, en aquella región de Europa): “Lecturas precarias. Estudio sociológico sobre los ‘pocos lectores’”.
Y los resultados no son tan sorprendentes, a la luz del sentido común y de la observación de conductas: Aquí y en China, o mejor dicho, en Francia, el hábito de la lectura está dominado por lo ‘culturalmente correcto’.
Pero lo más pernicioso, es que esa situación coloca una barrera infranqueable, evitando que lectores potenciales, peguen un salto y descubran las ventajas del conocimiento y el disfrute obtenido a través de la lectura de documentos impresos. La situación es muy clara y dolorosa: Solo los grandes autores, de los géneros legítimos, son dignos de tomarse en cuenta como lectura, lo demás, es literalmente bazofia, soez, sucio y por ende, despreciable.
Aunque parezca difícil de creer, en la cuna del buen gusto literario, también existen quienes no leen, ni leerán jamás, pero viven otros que, de acuerdo a la clasificación establecida en la investigación, son considerados como ‘poco lectores’, es decir, aquellos que dicen consumir entre uno y nueve libros al año.
Y, como suele ocurrir también por acá, allá en Paris, los ‘poco lectores’ son ávidos consumidores de diarios, revistas, comics, y novelas del corazón; pero el detalle central es que el peso del convencionalismo sobre lo correcto en la lectura, provoca que los potenciales lectores, le resten méritos a su conducta lectoral y terminen automarginándose: ‘…Yo no soy tan literaria, porque debe de haber buenos libros que… un poco mejores que los que he leído…’ estableció una secretaria retirada, residente de una comunidad francesa de más de 100 mil habitantes.
‘Los lectores lo saben bien, pues reconocen que los géneros de libros y revistas que prefieren leer y el tiempo que les dedican no les reportarán beneficio alguno en el plano intelectual. La lectura tampoco figura entre los entretenimientos preferidos de los ‘poco lectores’. Enfrenta una seria competencia, no de la televisión sino de las actividades físicas y de las reuniones familiares’ (pp. 124,125).
Existen dos problemas prioritarios por resolver, el primero de ellos es quitarle el velo de perfección a la lectura ‘culta’ y el otro, es otorgarle el valor real al proceso de reflexión, seguido del acto de leer cualquier documento, desde un periódico hasta un ‘funny’, porque como bien define Bahloul: ‘La lectura exclusiva de la prensa puede constituir en ciertos casos una alternativa o un complemento a la lectura de libros, por la forma de conocimiento discontinuo que brinda, pero no exige por ello menos capacidades psicotécnicas y de desciframiento. La cuestión sobre la cuantificación de la práctica lectora, centrada en la noción del “libro”, tiende a producir los efectos de aminoramiento y desvalorización por parte de los lectores exclusivos de la prensa, que se presentan casi siempre como no lectores’.
En París y sus alrededores, un grupo de expertos encabezados por Joelle Bahloul, realizaron un trabajo, publicado por el Fondo de Cultura Económica (que se suma a las más de 200 investigaciones sobre la materia, hechas desde 1955, en aquella región de Europa): “Lecturas precarias. Estudio sociológico sobre los ‘pocos lectores’”.
Y los resultados no son tan sorprendentes, a la luz del sentido común y de la observación de conductas: Aquí y en China, o mejor dicho, en Francia, el hábito de la lectura está dominado por lo ‘culturalmente correcto’.
Pero lo más pernicioso, es que esa situación coloca una barrera infranqueable, evitando que lectores potenciales, peguen un salto y descubran las ventajas del conocimiento y el disfrute obtenido a través de la lectura de documentos impresos. La situación es muy clara y dolorosa: Solo los grandes autores, de los géneros legítimos, son dignos de tomarse en cuenta como lectura, lo demás, es literalmente bazofia, soez, sucio y por ende, despreciable.
Aunque parezca difícil de creer, en la cuna del buen gusto literario, también existen quienes no leen, ni leerán jamás, pero viven otros que, de acuerdo a la clasificación establecida en la investigación, son considerados como ‘poco lectores’, es decir, aquellos que dicen consumir entre uno y nueve libros al año.
Y, como suele ocurrir también por acá, allá en Paris, los ‘poco lectores’ son ávidos consumidores de diarios, revistas, comics, y novelas del corazón; pero el detalle central es que el peso del convencionalismo sobre lo correcto en la lectura, provoca que los potenciales lectores, le resten méritos a su conducta lectoral y terminen automarginándose: ‘…Yo no soy tan literaria, porque debe de haber buenos libros que… un poco mejores que los que he leído…’ estableció una secretaria retirada, residente de una comunidad francesa de más de 100 mil habitantes.
‘Los lectores lo saben bien, pues reconocen que los géneros de libros y revistas que prefieren leer y el tiempo que les dedican no les reportarán beneficio alguno en el plano intelectual. La lectura tampoco figura entre los entretenimientos preferidos de los ‘poco lectores’. Enfrenta una seria competencia, no de la televisión sino de las actividades físicas y de las reuniones familiares’ (pp. 124,125).
Existen dos problemas prioritarios por resolver, el primero de ellos es quitarle el velo de perfección a la lectura ‘culta’ y el otro, es otorgarle el valor real al proceso de reflexión, seguido del acto de leer cualquier documento, desde un periódico hasta un ‘funny’, porque como bien define Bahloul: ‘La lectura exclusiva de la prensa puede constituir en ciertos casos una alternativa o un complemento a la lectura de libros, por la forma de conocimiento discontinuo que brinda, pero no exige por ello menos capacidades psicotécnicas y de desciframiento. La cuestión sobre la cuantificación de la práctica lectora, centrada en la noción del “libro”, tiende a producir los efectos de aminoramiento y desvalorización por parte de los lectores exclusivos de la prensa, que se presentan casi siempre como no lectores’.
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