El Oficio
Para el Piporro, el oficio se logra oficiando, ‘es decir, aprendiendo lo que el troquel de la práctica va delineando’, por que la educación formal universitaria no lo es todo: ‘viene después la otra lucha que es la que se tiene fuera de las aulas, donde independientemente de lo brillante que se haya sido como estudiante, se tiene que llegar al enfrentamiento con la vida misma, que enseña otras cosas y obliga a reaprender lo aprendido’ (‘Autobiogr…ajúa y anecdotaconario’, Diana).
Lo ideal sería comprender el valor del conocimiento útil y eficaz, al servicio de una causa, sin necesidad de pasar por las aulas, pero siglos de tradición universitaria desvirtuada, nos han convencido de lo contrario.
‘Se ha dicho que, después del apogeo del siglo XIII, las universidades medievales declinan. Jacques Verger (Les universités au Moyen Age) arguye que, más bien, se orientan a "la participación creciente de los universitarios en el desarrollo universal de las burocracias eclesiásticas y laicas". Ya en el siglo XIV, la mitad de los cardenales tenía grados universitarios, sobre todo en derecho. Entre los altos funcionarios de la curia, la proporción era mayor. Después, los universitarios se apoderan, no sólo de la Iglesia, sino del Estado; y, finalmente, de las grandes empresas. El deseo de ascender a la verdad más alta desemboca en ascensos a puestos cada vez más altos.
'La culminación de este proceso es la universidad millonaria, que no sólo vende las credenciales, identidad y legitimidad que demandan las burocracias y su personal, sino que se vuelve burocracia, y la más legítima de todas, porque es santa: supuestamente dedicada a la bios theoretikós. Disfrazándose de académica, domina el mercado del saber para subir’, ('Universidades Platónicas', Gabriel Zaid, Letras Libres, enero 2006).
La percepción de que para construir un entorno armonioso (medido, por supuesto, en dinero), deba atravesarse, por fuerza, el campus de una universidad, ha terminado por generar más daño que beneficios, por diversas razones, la primera de ellas, la mas simple: porque es imposible, y ni siquiera deseable, que todos los seres, en edad de aprender, acudan a un recinto de educación superior.
Porque habrá quien quiera y no pueda (un porcentaje de quienes intentan en instituciones públicas); quien quiera y no le alcance (las universidades privadas aumentan); quien quiera, pueda en un principio, pero desista a la mitad; quien de plano ni le interese (con la 'prepa' es más que suficiente); quienes sienten que el ‘nunca es tarde’ es una ofensa, y prefieren seguir igual. El subgrupo dentro de ese enorme grupo de quienes no cuentan con instrucción universitaria, es enorme.
Convencer a alguien de que la vida sin universidad sigue valiendo la pena, es imposible, por que los ejemplos utilizados pueden parecer ofensivos: el tío con el puesto de tacos, el ‘trailero’ próspero, actividades generadoras de dinero, pero carentes de estatus (un taquero es pedestre, un licenciado elegante, aunque ni sepa para qué diantres estudió).
Además, se dejan de lado, los múltiples ejemplos –los que en realidad, deberían cundir- de quienes han visto en el conocimiento, la oportunidad para desarrollar vidas plenas (aunque no estoy totalmente convencido de la función motivadora de las historias de éxito, como motor propulsor, en esta ocasión, cabe mencionar aquí, el trabajo de Hamilton Naki, quien a pesar de contar solo con primaria, pasó de jardinero en un hospital en Sudáfrica, a formar parte del equipo que realizó el primer transplante de corazón en la historia. La hazaña que estuvo mucho tiempo relegada debido al apartheid, puede conocerse a traves de las palabras de su protagonista en http://www.dispatch.co.za/2002/08/05/features/BPION.HTM).
Ir a la universidad es importante, cuando se sabe a qué se va, por que ahí es posible descubrir los variados caminos a tomar para seguir ‘oficiando’; el problema surge cuando la inercia (hay que terminar todo de un jalón), la presión social (sin escuela eres nadie), la desesperación (quisiera ser rico), coloca a alguien en un aula.
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