Lectura y literatura
Una buena promoción de la lectura, debería de comenzar por establecer que no es necesario leer para consolidar una vida constructiva, y que, en caso de que se decida por utilizar los libros, quede claro que lo valioso es el resultado del proceso, y no tanto el camino.
Por más delirante que suene la idea, tiene algo de sentido, partiendo de que sería útil para colocar en el lugar que le corresponden, cada una de las herramientas disponibles; así tendríamos un público consciente o por lo menos enterado, de lo que pueden esperar, y no uno desilusionado o desesperado ante la falta de resultados.
Lo ‘culturalmente correcto’ es leer, pero no cualquier cosa, sino literatura, y como es de suponerse, no cualquier literatura, sino las grandes obras de la historia; con esta manera de estructurar el razonamiento, no debería de sorprender que los índices de lectura que pueden medirse y suelen reportarse, no revelen información alentadora.
Los conceptos sobre literatura, expuestos por literatos o por investigadores preocupados por acabar de una vez por todas con tanto analfabeta funcional, son halagüeños, atraen con dulzura y suavidad, pero han servido para bendita la cosa.
George Orwell definió hace 50 años en su texto ‘Los impedimentos de la literatura’ ‘…La literatura es el intento de influir en el punto de vista de nuestros contemporáneos mediante el registro de experiencias’.
Por su parte, Teresa Colomer, investigadora de la Universidad Autónoma de Barcelona, en su trabajo ‘La enseñanza de la literatura como construcción del sentido’, expone de forma tajante que ha sido la era industrial, la responsable del divorcio entre educación y literatura.
Porque ‘el texto literario ostenta… la capacidad de reconfigurar la actividad humana y ofrece instrumentos para comprenderla ya que, al verbalizarla, configura un espacio en el que se construyen y negocian los valores y el sistema estético de una cultura… las formas de representación de la realidad presentes en la literatura… proyectan una nueva luz que reinterpreta para el lector la forma habitual de entender el mundo’.
Para saber si la fina verborrea es efectiva, si las bellas palabras promotoras, o los textos producidos, representan un espejo para los lectores potenciales, entonces vale la pena conocer la reflexión de un presidiario francés, un ex lector consuetudinario, y quien fuera entrevistado para la investigación publicada por el Fondo de Cultura Económica, ‘Historias de lectura. Trayectorias de vida y lectura’, de Michel Peroni:
‘Cuando leía, hacía siempre un paralelo con situaciones de la vida de todos los días que se presentaban en ese momento… En una palabra, comparaba la realidad a partir de lo que creía entender en los libros. Algunas veces, en particular en Sartre, había escenas o personajes extraños; gente que no te encuentras todos los días… en ‘Los caminos de la vida … o de la libertad’, ya no me acuerdo, hay un personaje que se llama Mathieu, creo. Bueno, pues ese chavo tiene un comportamiento que es extraño en relación con la vida. Además, hablaba a menudo del absurdo. A mi me gustaba que no se portara como los demás; decía: por que no? Mientras que ahora… no digo que no sea útil tener un comportamiento absurdo: para los artistas, los poetas, tal vez, pero eso no es para mí.
‘Otras veces me sucedía que encontraba en un libro exactamente algunas cosas que había sentido, es decir, una especie de definición que corresponde a la idea mental que tenía, pero que nunca había formulado… Pero, bueno, no vale la pena leer por eso; en una discusión con alguien puede ser suficiente’.
Es posible que el contenido de este texto y de la opinión anterior, no refleje la situación en la dimensión precisa; es decir, los trabajos de investigación, y las reflexiones referentes a cuestionar el valor real de los libros por sobre otras opciones, no representan una mayoría, pero que no sean mayoría, no significa que carezcan de impacto; algo no camina, y es justo explorar diversas vías para encontrar respuestas mas simples, pero no por ello, menos eficaces:
‘Solo podemos vivir en las historias que hemos leído u oído. Vivimos nuestras propias vidas a través de textos. Pueden ser textos leídos, cantados, experimentados electrónicamente, o pueden venir a nosotros, como los murmullos de nuestra madre, diciéndonos lo que las convenciones exigen’, cita Colomer en su documento.
Por más delirante que suene la idea, tiene algo de sentido, partiendo de que sería útil para colocar en el lugar que le corresponden, cada una de las herramientas disponibles; así tendríamos un público consciente o por lo menos enterado, de lo que pueden esperar, y no uno desilusionado o desesperado ante la falta de resultados.
Lo ‘culturalmente correcto’ es leer, pero no cualquier cosa, sino literatura, y como es de suponerse, no cualquier literatura, sino las grandes obras de la historia; con esta manera de estructurar el razonamiento, no debería de sorprender que los índices de lectura que pueden medirse y suelen reportarse, no revelen información alentadora.
Los conceptos sobre literatura, expuestos por literatos o por investigadores preocupados por acabar de una vez por todas con tanto analfabeta funcional, son halagüeños, atraen con dulzura y suavidad, pero han servido para bendita la cosa.
George Orwell definió hace 50 años en su texto ‘Los impedimentos de la literatura’ ‘…La literatura es el intento de influir en el punto de vista de nuestros contemporáneos mediante el registro de experiencias’.
Por su parte, Teresa Colomer, investigadora de la Universidad Autónoma de Barcelona, en su trabajo ‘La enseñanza de la literatura como construcción del sentido’, expone de forma tajante que ha sido la era industrial, la responsable del divorcio entre educación y literatura.
Porque ‘el texto literario ostenta… la capacidad de reconfigurar la actividad humana y ofrece instrumentos para comprenderla ya que, al verbalizarla, configura un espacio en el que se construyen y negocian los valores y el sistema estético de una cultura… las formas de representación de la realidad presentes en la literatura… proyectan una nueva luz que reinterpreta para el lector la forma habitual de entender el mundo’.
Para saber si la fina verborrea es efectiva, si las bellas palabras promotoras, o los textos producidos, representan un espejo para los lectores potenciales, entonces vale la pena conocer la reflexión de un presidiario francés, un ex lector consuetudinario, y quien fuera entrevistado para la investigación publicada por el Fondo de Cultura Económica, ‘Historias de lectura. Trayectorias de vida y lectura’, de Michel Peroni:
‘Cuando leía, hacía siempre un paralelo con situaciones de la vida de todos los días que se presentaban en ese momento… En una palabra, comparaba la realidad a partir de lo que creía entender en los libros. Algunas veces, en particular en Sartre, había escenas o personajes extraños; gente que no te encuentras todos los días… en ‘Los caminos de la vida … o de la libertad’, ya no me acuerdo, hay un personaje que se llama Mathieu, creo. Bueno, pues ese chavo tiene un comportamiento que es extraño en relación con la vida. Además, hablaba a menudo del absurdo. A mi me gustaba que no se portara como los demás; decía: por que no? Mientras que ahora… no digo que no sea útil tener un comportamiento absurdo: para los artistas, los poetas, tal vez, pero eso no es para mí.
‘Otras veces me sucedía que encontraba en un libro exactamente algunas cosas que había sentido, es decir, una especie de definición que corresponde a la idea mental que tenía, pero que nunca había formulado… Pero, bueno, no vale la pena leer por eso; en una discusión con alguien puede ser suficiente’.
Es posible que el contenido de este texto y de la opinión anterior, no refleje la situación en la dimensión precisa; es decir, los trabajos de investigación, y las reflexiones referentes a cuestionar el valor real de los libros por sobre otras opciones, no representan una mayoría, pero que no sean mayoría, no significa que carezcan de impacto; algo no camina, y es justo explorar diversas vías para encontrar respuestas mas simples, pero no por ello, menos eficaces:
‘Solo podemos vivir en las historias que hemos leído u oído. Vivimos nuestras propias vidas a través de textos. Pueden ser textos leídos, cantados, experimentados electrónicamente, o pueden venir a nosotros, como los murmullos de nuestra madre, diciéndonos lo que las convenciones exigen’, cita Colomer en su documento.
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