jueves, octubre 12, 2006

En busca de la trampa

Resulta evidente que la literatura puede ayudar a quien la lee, aunque sólo sea a un círculo pequeño que está dispuesto de antemano, a prestarle atención; pero al resto ni le viene ni le va.

Sin embargo, el desafío es que esos pocos, sean multiplicadores capaces de compartir esas vivencias lectorales, aunque no necesariamente tenga que ser obligando a la lectura.

Uno de los aspectos que tienden a complicar el acercamiento total entre la producción de los autores literarios, y un segmento del público no acostumbrado a ese tipo de lecturas, es la incapacidad de establecer una comunicación eficaz, producto de la diferencia de contextos.

Me explico: Por lo general, la formación del escritor es -o parece serlo-, sólida en materia de conocimientos formales, pero, además, habría que sumarle un factor complicado de definir, pero que es el que a final de cuentas, marca la pauta y establece una disonancia.

El autor suele escribir sobre la vida cotidiana, pero de tal manera, que al destinatario –con hábitos de lectura o sin ellos- le parece fugazmente familiar: Los mismos ingredientes, pero con una mezcla ajena, carente de identidad; pocos podrían verse retratados en un personaje ficticio de gustos refinados y ‘cultos’, por mas intentos del escritor por crear un alter ego aventurero o pedestre.

Resulta más sencillo o menos complicado, relatar sobre lo que se vive o se conoce, que de aquello sobre lo que se sospecha, o se ha realizado una investigación antropológica. En las primeras páginas de la sorprendente novela de Umberto Eco (‘La misteriosa llama de la reina Loana’), queda claro que el perfil del protagonista es una fotografía del propio autor: ‘….Veo que es usted un lector al día’, le advierten a Yambo Bodoni al realizarle las primeras pruebas médicas, tras salir de un coma.

Además, el estilo para comunicar las ideas, a través de la palabra escrita, suele en ocasiones ser oscuro, a pesar de las múltiples recomendaciones milenarias de utilizar palabras tan claras que sean sencillas de comprender por cualquiera. El mismo Eco, pero en otro libro (‘En qué creen los que no creen?’) deja en claro su posición ante la solicitud del cardenal Carlo Maria Martín, con quien sostuvo un intercambio epistolar, de utilizar palabras más simples, ‘por que algunos lectores se ha quejado conmigo de que nuestros diálogos son demasiados difíciles’:

‘Que aprendan a pensar de manera difícil, porque ni el misterio ni la evidencia, son fáciles’.

En la búsqueda de la trampa que impide el acercamiento de la mayor cantidad de público a los libros, uno puede encontrar diferentes ejemplos de la forma en que un escritor se preocupa más por el círculo que lo rodea, que por el público potencial. Tal vez, la premisa de Eco, expresada con anterioridad, sea la piedra angular de quienes forman parte de ese ambiente.

Augusto Monterroso, le dedica su fábula ‘El mono piensa en ese tema’ a esa fijación en el atractivo que genera conocer las razones que orillan a un escritor a no escribir, ‘o del que se pasa la vida preparándose para producir una obra maestra y poco a poco va convirtiéndose en un lector mecánico de libros….o el del tonto que se cree inteligente y escribe cosas tan inteligentes que los inteligentes se admiran’ (‘La oveja negra y demás fábulas’).

Poco se puede esperar, si la promoción del conocimiento adquirido por medio de la lectura, sigue por la misma ruta; quizá esa sea una tarea para todo aquel ser, preocupado por el bienestar, y no tanto para quien sueña trascender como creador excepcional. Ahí está el desafío.

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