viernes, febrero 02, 2007

La forma sí cuenta

Para que el libro fuera un producto de consumo realmente masivo, sus contenidos y presentación, tendrían que adaptarse a los hábitos del lector potencial, aunque tan solo de pensarse, esto suene a herejía.

Sin embargo, las condiciones de adaptación ya son realizadas por algunos autores de diversas disciplinas (y su correspondiente editor), lo cual no es bien visto por la comunidad intelectual, que sigue soñando en el día en que el mexicano se volcará a las librerías a adquirir valiosos ejemplares de literatura, los leerá y disfrutará, comentará sus opiniones con otros ávidos lectores, y este país crecerá culturalmente, hasta convertirse en una potencia mundial.

Pero el lector potencial (aquel que aprendió el proceso de lectoescritura, y en alguna ocasión ha tomado un diario, uno que otro libro y varias revistas, o sea, millones de mexicanos) no puede entrar en ese juego, sobre todo cuando no se le toma en cuenta, desde el proceso de creación de una obra -que corre por parte del autor-, hasta el diseño del producto y la labor de mercadeo.

La comunidad intelectual (artistas, pensadores comprometidos socialmente) pesa, y es capaz de vetar cualquier producción que no entre en las reglas no escritas del buen gusto literario, sin importar si gracias a ese comportamiento, se puedan llevar de corbata alguno que otro libro que lograra despertar el interés del público. Autores de enorme consumo y grandes ganancias, como Paulo Coelho, son considerados como “light” o ligeros, y por lo tanto, indignos de reconocimiento y de promoción; pero el lector ordinario, que no entiende de eso, finalmente adquiere el producto, y lo mejor de todo, es que lo lee, lo disfruta y lo comparte.

¿Cuál es la fórmula de los libros de grandes ventas?. En cuanto al contenido, el lenguaje utilizado, la forma en que se redacta el texto está pensado en transmitir un mensaje que sea fácil de decodificar por el lector, logra una plena identificación no tanto por los hechos que maneja, sino por la forma en que se abordan y cómo se resuelven; trabajan para lograr la aceptación del público, elaborando un mensaje de calidad, y no tanto para ser considerados como grandes escritores.

En esto de la forma, es importante la presentación, desde el diseño de la portada, pero más valioso es la cantidad de páginas, el tamaño de la letra, lo extenso de los capítulos, si cuenta o no con ilustraciones (dibujos, fotografías, grabados, pinturas, gráficas). Un enorme mazacote de 500 páginas, dividido en tres capítulos, con una letra minúscula (digamos, 7 puntos), sin una sola ilustración, de antemano debe ser considerado un riesgo de producción, por más capaz y brillante que sea su autor.

El problema del escritor con sueños de inmortalizarse a través de brillantes creaciones literarias, y de ser aceptado por un grupo, se ve reflejado en sus producciones. Julio Cortazar da en el clavo cuando acepta, en su “Nota sobre el tema de un rey y la venganza de un príncipe”, que forma parte de su libro “Queremos tanto a Glenda”, este hecho: “…vagamente imaginé un relato que en seguida me pareció demasiado intelectual”; no está de más decir que ese relato no fue elaborado, aunque el otro (el que si apareció) resultara también, demasiado intelectual.

Es sencillo asumir que cada escritor en sus inicios, sueñe con definir un estilo innovador, supongo de igual manera, que se cuestione sobre lo complicado que puede representar un trabajo rebuscado, pero al final de cuentas, no cualquiera puede aportar nuevos estilos revolucionarios, así que la mayoría sucumbe ante la tentación de los relatos “intelectuales”, que si bien, corren el riesgo de perderse en los estantes de las librerías, sí les permite ganarse el respeto de la comunidad artística a la que pertenecen; cuestión de decidir que se quiere hacer con la vida profesional.

Ernest Hemingway cuenta en su libro “París era una fiesta” cómo en sus inicios, sus textos eran crudos, y con un lenguaje directo, tal y como ocurrían las cosas en la calle, sin embargo, este estilo fue pronto extinguido por su amiga francesa, Gertrude Stein, ¿las causas?, era de mal gusto literario. “¿Pero no piensa usted que tal vez no sea indecente, que uno pretende sólo emplear las palabras que los personajes emplearían en la realidad?, ¿que hacen falta esas palabras para que el cuento suene a verdadero, y no hay más remedio que emplearlas?. Son necesarias”, se quejaba el escritor; entonces obtuvo la definitiva respuesta: “Es que no se trata de ello. Uno no debe de escribir nada que sea 'inaccrochable'. No se saca nada con hacer eso. Es una acción mala y tonta”.

Al comienzo de la producción literaria moderna, los autores buscaban responderse y responder inquietudes del ser humano, a través de diversas manifestaciones, como los poemas épicos, novelas, disertaciones, y aunque la competencia y el deseo de aceptación, forma parte de la esencia humana (siempre ha habido pleitos entre escritores), pensaban mas en el lector, y eso es fácilmente comprobable en sus obras. La clave de los grandes autores, era, más allá de su enorme habilidad para escribir o su gran bagaje cultural, su capacidad para observar la naturaleza y para plasmar sus resultados, en escritos reveladores, que resultaban interesantes para la mayoría. Se les consideraba intelectuales en su época, pero competían para conseguir la aprobación del lector.

Hoy, buscan que el lector se rinda ante el curriculum de un autor, y como eso no ocurre ni ocurrirá, buscan respuestas en todas partes, y hasta consiguen que la autoridad promulgue leyes de fomento a la lectura y el libro, cuando la solución es, como siempre, más sencilla de lo que parece, aunque no resulte “intelectualmente adecuada”.

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