El éxito de la feria
En la noble disciplina de ofertar servicios o productos (la nobleza, depende, claro, del objetivo que se busque), el éxito parece tener relación 'directamente proporcional' con la claridad.
Es vital para el cumplimiento de los sueños, tener claro qué es lo que se busca, a quiénes hay que dirigirse y cómo hacerlo. El éxito como la consolidación de una meta, va más allá de aspectos de posición social, status, dinero acumulado, y está más cercano al gozo de proporcionar bienestar a otro ser.
Una feria de libros es una mezcla de negocios con placer, por que los resultados que definen un triunfo deben ser medidos en ganancias para los expositores y un incremento en el número de nuevos lectores. Lo primero puede ser sencillo, lo segundo necesita de antemano, -entre otras cosas- de un padrón de lectores y no lectores, algo inexistente, por el momento.
El éxito y la ganancia requieren de precisión en sus patrones, por que a final de cuentas, son los engranes que ayudan a poner en marcha la motivación, eso que anima a ejecutar algo con interés y diligencia; esa es una de las premisas de Peter C. Weiglin, en el libro ‘Survival math for marketers’ (Sage Publications. 2002). Cuando la meta se desconoce, las buenas intenciones están de más y abundan las ‘patadas de ahogado’ y los ‘palos de ciego’, que aniquilan las ideas generadoras de potenciales cambios.
Una feria de la lectura está integrada por dos elementos primordiales: El ofertador de productos y el cliente potencial (aunque el organizador puede ser otro integrante, ya que cumple con funciones adicionales, como facilitador de charlas y actividades artísticas).
Un problema de índole moral surge a partir del concepto comercial de la venta. El librero desea vender sus productos sin importar si representan una ventana al conocimiento formal, útil y práctico, o si son la coyuntura para crear seres ‘cultos’ y eruditos; mientras se incrementen cuentas bancarias, da lo mismo si el prójimo lee algo con o sin valor.
Aunque al final de cuentas, en una feria especializada, eso no representa un riesgo por que el público ‘duro’ (quien siempre asiste) sabe a qué ir y sobre todo, qué esperar de los libreros y de los organizadores.
Pero que asistan los de siempre (mas los nuevos visitantes que terminan integrándose a dicho grupo), puede ser un riesgo si y solo si la meta es incrementar el número de usuarios y extenderse entre los diversos grupos de público aparentemente inactivos. Ahora que si el fin es consolidar un evento hasta convertirlo en una tradición, no hace falta la presencia de quienes acuden por primera vez, ya que cuando una feria logra prestigio que trasciende fronteras, llama la atención de ‘los de siempre’ en cualquier lugar del mundo en que se encuentren.
Lamentarse de que el ciudadano carezca del hábito de la lectura (como si esa fuera la vía exclusiva para el conocimiento, y como si adquirir saberes fuera lo más valioso) y hasta llegar a pensar que no existe un conjunto de personas suficientes para que valga la pena tanto esfuerzo, tiempo y dinero, es un ejemplo de confusión, por que mujeres y hombres capaces de tomar un libro, leerlo y comprenderlo, existen suficientes aquí en Baja California.
Para comenzar, según estimaciones del Inegi, en Baja California, México, el 96.3% del total de la población mayor de 15 años es alfabeta, y por si eso fuera poco, si bajamos los rangos de edad, en el grupo de 8 y 14 años, el 97.2% sabe leer y escribir. Luego entonces, salvo una minúscula fracción, casi el total de las personas que habitan en el estado, reúnen las condiciones básicas que los convierten en clientes potenciales, no solo de ferias de la lectura, sino de todo aquello relacionado con la adquisición de conocimientos formales. Solo faltaría la voluntad, que pertenece al individuo, y el convencimiento de que lo ofrecido es valioso, lo cual es tarea del organizador .
Determinar qué tipos de libros ofrecer para llamar la atención, va a depender –entre otros tantos aspectos a considerar- de las siguientes condiciones: con una edad media de 23 años, el bajacaliforniano cuenta por lo menos con dos grados de educación secundaria; existen 290 mil personas que han reportado su asistencia a algún tipo de evento de corte ‘cultural’ (teatro, danza, música), y otros 55 mil han recorrido un museo.
El éxito de la feria, pues, dependerá de lo que los organizadores hayan proyectado –situación que debería siempre ser pública- y de las decisiones tomadas para operar sus estrategias, y como en la integración de una decisión forman parte los datos recopilados, el juicio crítico, el sentido común y los elementos subjetivos (Teoría de las decisiones con aplicaciones a la administración. Jean Paul Rheault. Limusa), esperemos los resultados para descubrir si ‘nacieron’ nuevos lectores o se agrandó el circulo de ‘los de siempre’.
Es vital para el cumplimiento de los sueños, tener claro qué es lo que se busca, a quiénes hay que dirigirse y cómo hacerlo. El éxito como la consolidación de una meta, va más allá de aspectos de posición social, status, dinero acumulado, y está más cercano al gozo de proporcionar bienestar a otro ser.
Una feria de libros es una mezcla de negocios con placer, por que los resultados que definen un triunfo deben ser medidos en ganancias para los expositores y un incremento en el número de nuevos lectores. Lo primero puede ser sencillo, lo segundo necesita de antemano, -entre otras cosas- de un padrón de lectores y no lectores, algo inexistente, por el momento.
El éxito y la ganancia requieren de precisión en sus patrones, por que a final de cuentas, son los engranes que ayudan a poner en marcha la motivación, eso que anima a ejecutar algo con interés y diligencia; esa es una de las premisas de Peter C. Weiglin, en el libro ‘Survival math for marketers’ (Sage Publications. 2002). Cuando la meta se desconoce, las buenas intenciones están de más y abundan las ‘patadas de ahogado’ y los ‘palos de ciego’, que aniquilan las ideas generadoras de potenciales cambios.
Una feria de la lectura está integrada por dos elementos primordiales: El ofertador de productos y el cliente potencial (aunque el organizador puede ser otro integrante, ya que cumple con funciones adicionales, como facilitador de charlas y actividades artísticas).
Un problema de índole moral surge a partir del concepto comercial de la venta. El librero desea vender sus productos sin importar si representan una ventana al conocimiento formal, útil y práctico, o si son la coyuntura para crear seres ‘cultos’ y eruditos; mientras se incrementen cuentas bancarias, da lo mismo si el prójimo lee algo con o sin valor.
Aunque al final de cuentas, en una feria especializada, eso no representa un riesgo por que el público ‘duro’ (quien siempre asiste) sabe a qué ir y sobre todo, qué esperar de los libreros y de los organizadores.
Pero que asistan los de siempre (mas los nuevos visitantes que terminan integrándose a dicho grupo), puede ser un riesgo si y solo si la meta es incrementar el número de usuarios y extenderse entre los diversos grupos de público aparentemente inactivos. Ahora que si el fin es consolidar un evento hasta convertirlo en una tradición, no hace falta la presencia de quienes acuden por primera vez, ya que cuando una feria logra prestigio que trasciende fronteras, llama la atención de ‘los de siempre’ en cualquier lugar del mundo en que se encuentren.
Lamentarse de que el ciudadano carezca del hábito de la lectura (como si esa fuera la vía exclusiva para el conocimiento, y como si adquirir saberes fuera lo más valioso) y hasta llegar a pensar que no existe un conjunto de personas suficientes para que valga la pena tanto esfuerzo, tiempo y dinero, es un ejemplo de confusión, por que mujeres y hombres capaces de tomar un libro, leerlo y comprenderlo, existen suficientes aquí en Baja California.
Para comenzar, según estimaciones del Inegi, en Baja California, México, el 96.3% del total de la población mayor de 15 años es alfabeta, y por si eso fuera poco, si bajamos los rangos de edad, en el grupo de 8 y 14 años, el 97.2% sabe leer y escribir. Luego entonces, salvo una minúscula fracción, casi el total de las personas que habitan en el estado, reúnen las condiciones básicas que los convierten en clientes potenciales, no solo de ferias de la lectura, sino de todo aquello relacionado con la adquisición de conocimientos formales. Solo faltaría la voluntad, que pertenece al individuo, y el convencimiento de que lo ofrecido es valioso, lo cual es tarea del organizador .
Determinar qué tipos de libros ofrecer para llamar la atención, va a depender –entre otros tantos aspectos a considerar- de las siguientes condiciones: con una edad media de 23 años, el bajacaliforniano cuenta por lo menos con dos grados de educación secundaria; existen 290 mil personas que han reportado su asistencia a algún tipo de evento de corte ‘cultural’ (teatro, danza, música), y otros 55 mil han recorrido un museo.
El éxito de la feria, pues, dependerá de lo que los organizadores hayan proyectado –situación que debería siempre ser pública- y de las decisiones tomadas para operar sus estrategias, y como en la integración de una decisión forman parte los datos recopilados, el juicio crítico, el sentido común y los elementos subjetivos (Teoría de las decisiones con aplicaciones a la administración. Jean Paul Rheault. Limusa), esperemos los resultados para descubrir si ‘nacieron’ nuevos lectores o se agrandó el circulo de ‘los de siempre’.
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