domingo, enero 28, 2007

A favor de la mayoría

Es posible leer Macbeth desde la incomodidad de un supermercado e incluso llegar a disfrutarlo, realizar anotaciones al margen, establecer diagramas de los personajes, y esbozar un plan para continuar con la lectura del libro en otro sitio, en una biblioteca, por ejemplo.

Sin importar la música de fondo, el trajinar de consumidores, un lector descubre por casualidad (o tal vez por que lo buscaba) una obra que siempre quiso leer, entre un ‘bonche’ de libros de medio uso, a precios especiales.

Pero también, puede que alguien no resulte tan avezado o un tanto heterodoxo, y lea como los 'cánones culturales' lo exigen, aunque en el fondo de su entendimiento, quisiera ser libre –por paradójico que suene- en su intimidad. Por eso le duele tan solo pensar en el deseo de dejar una lectura a medias, o simplemente no tener fijaciones con la lectura, permitir que todo fluya sin un fin.

Y entre ambas formas de entender este proceso, existen millones de seres que jamás han tomado un libro y no lo harán el resto de sus vidas, o quienes sí lo han hecho, o desean hacerlo, o de aquellos que sin pensarlo, pudieran convertirse en lectores, o de los que lo probaron sin encontrar satisfacción. Para la mayoría de los integrantes de estas subdivisiones, el conflicto llega con la carga inmaterial, no tangible, que convierte al libro, en un producto denso, pesado y repugnante, y en el hecho de que el resto de las opciones para el disfrute de la vida, carecen de reconocimiento formal e intelectual, a pesar de su probada efectividad.

Buscar respuestas para una promoción eficaz de la lectura es complicado por un hecho sumamente simple: La mayoría de los promotores oficiales y oficiosos consideran que los caminos seguidos y los por seguir, son los adecuados, sin importar que los resultados han sido desoladores, a juzgar no solo por la cantidad de libros vendidos, sino por los nuevos lectores sumados a la minúscula lista.

Ubicar los caminos adecuados para la promoción (desde la óptica de un miembro de las subdivisiones mencionadas con anterioridad) puede no ser bien recibido, sobre todo por que el trabajo de análisis, comienza contemplando la posibilidad de que a final de cuentas, la lectura no sea tan importante, si lo que se intenta es la construcción de estados armónicos individuales, con repercusión social.

Y en el caso de que tras una revisión concienzuda y sin ningun tipo de limitantes, resulte que la mejor via sí atraviesa por la lectura, encima de otros factores valiosos como la observación de comportamientos, escuchar a quienes más saben, seguidos de un proceso de reflexión, entonces habría que cuestionar la forma en que se concibe el proceso lectoral por la generalidad ‘culta’, y que ha terminado por permear en toda la sociedad, en los últimos cinco siglos.

Una de las condiciones mas inverosímiles y por ello difícil de entender, al momento de plantear una hipótesis de trabajo respecto de este tema, es el hecho de que a pesar de que los números (un estandar universal utilizado para demostrar logros, aunque esto en ocasiones, no sea lo mejor para situaciones relacionada con las humanidades) digan que las opciones tomadas para la promoción, no resultaron las óptimas, ninguno sea capaz de explorar otros caminos.

En casi dos años de trabajo, en este espacio se ha hecho una revisión de las principales pifias en materia de promoción, cometidas involuntariamente (de buena fe, producto de ignorancia supina) o de manera premeditada, por aquellos que desean conservar su capital intelectual alejado de toda amenaza.

Quizá, al final de cuentas, las posibles soluciones -no exclusivas para la promoción de la lectura, sino para muchos otros conflictos cotidianos-, caminen de la mano de la liberación de cargas emocionales, de definir que cada uno poseemos nuestro tiempo y condiciones únicas, y que los objetos son solo herramientas a nuestro servicio.

Y será en esa ruta, no exenta de turbiedades, cuando podremos llegar a observar cómo algun día, alguien tomará un libro y hará con él lo que le plazca, o bien, explorará las diversas vias, o, ¿por qué no?, decidirá quedarse en su perenne estado involutivo, sin que los nobles buscadores de bien, lo señalen con su dedo flamígero y deseen ayudarlo a enmendar su afrenta.