jueves, junio 29, 2006

Luchas vacuas

No resulta constructivo confundir la fiereza con la lucha. Sacar las garras, mostrar los colmillos en señal de ataque, no es útil, por que la historia marca que a final de cuentas, eso genera rechazo.

Si para algo deben servir los libros (dicho de una forma mas precisa: la lectura, análisis, reflexión y la posterior acción), es justamente para lo contrario a lo arriba expuesto: Para descubrir formas de luchar eficazmente por las causas justas.

Efectivamente, los pleitos ‘venden’ (son mediáticos, generan popularidad, suman adeptos a una causa), aunque como reza la sentencia que se enseña al hombre desde niño: ‘ni ganados son buenos’.

Carece de sentido armónico, idear la destrucción de algo, so pretexto de edificar otra cosa; por que hay de luchas a luchas, y aunque hay algunas que pueden tomarse a chacota, como lo hizo Jaime López, en el ‘Blue Demon Blues’: ‘Órale, ánimo Blue Demon/Que no hay peor lucha, que Lucha Villa’, existen otras batallas faltas de gracia y viveza.

El término estereotipo tiene como raíz, la palabra griega τύπος que significa molde, una pieza utilizada para la reproducción discreta, o en masa, de algo. Uno de los estereotipos más perjudiciales del mundo ‘cultural’ es el que rodea al erudito.

Hemos compartido aquí, la premisa de que el funcionamiento equilibrado de una sociedad, debe de pasar, por los diversos actores que la conforman; el debate de cuál es la proporción correcta de quienes conforman una comunidad, es algo sujeto a discusiones posteriores: El predominio de pensadores, de sabios, o bien de operadores, de contempladores, de ociosos.

Sin embargo, culturalmente, hemos dado una carga, una responsabilidad mayor, sin que sea capaz de soportarla, a seres con una tintura superficial de ciencias y artes; los hemos llamado erróneamente, sabios, cuando existe una enorme diferencia, entre el conocer por conocer, y el poner a disposición de una vida armónica, lo que se sabe, aunado al deseo de constante aprendizaje.

Vivimos, sino plagados, por lo menos con bastantes referencias a través de libros, de películas, de la vida real, de individuos a quienes el aparente mucho estudio formal, ligado a una concepción de lo que sería un estilo de vida ideal, los ha llevado a maquinar cautelosamente planes maléficos de batallas, para liberar a los oprimidos: la violencia en su máxima justificación (Quizá el ejemplo mas ilustrador, sea el del protagonista del cómic hecho película ‘V de Vendetta’).

Pareciera como si la lectura, debiera caminar únicamente de la mano de lo sibarita, de lo exclusivo, con patente de corso para decidir qué es lo mejor para los demás.

Hemos aprendido a darle a la vida misma –ya no digamos a los libros–, una lectura equivocada; la buena lid (una contienda de razones y argumentos) encuentra su sentido en el espíritu liberador, en ayudar al prójimo a descubrir su propio destino, en orientarlo en sus primeros pasos, y luego darle libertad para que tome sus propias decisiones.

jueves, junio 22, 2006

Una posible solución

Supongamos, sin conceder, que la literatura, sea la respuesta para una promoción efectiva de la lectura.

Una vez aceptado lo anterior, entonces bien valdría la pena analizar aquello que pueda rescatarse de la literatura, y hacerlo llegar de forma atractiva y eficaz a un público promedio, sin tradición ‘cultural’.

Por que lo práctico, útil y a la vez atractivo de algunas publicaciones literarias, vienen de las lecciones, mensajes o moralejas, y que en muchas ocasiones pasan desapercibidas por simples o poco complejas.

‘Viaje al Centro de la Tierra’ de Julio Verne, es una de las obras más apasionantes en la historia de las letras, por que entre varias virtudes, en efecto, logra trasladar al lector a un recorrido por las profundidades del planeta; sin embargo, personalmente, lo valioso del libro –la lección- llegó de la mano del joven protagonista que por la añoranza de un amor abandonado en la superficie, jamás pudo, ni tuvo la disposición de disfrutar de ese increíble periplo.

Miguel de Cervantes Saavedra, fue sincero al comunicar el objetivo de su serie de ‘Novelas Ejemplares’:

‘Heles dado nombre de ejemplares, y si bien lo miras, no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo provechoso; y si no fuera por alargar este sujeto (tema), quizá te mostrara el sabroso y honesto fruto que se podría sacar, así de todas juntas como de cada una de por sí. Mi intento ha sido poner en la plaza de nuestra república una mesa de trucos, donde cada uno pueda llegar a entretenerse, sin daño de barras,: digo, sin daño del alma y cuerpo, por que los ejercicios honestos y agradables antes aprovechan que dañan’ (Prólogo al lector de la serie ‘Novelas Ejemplares, editada por Alianza Editorial, Madrid 1996).

Retomo, ‘Ver claro en lo oscuro’, la obra sobre ética, de la doctora cubana Teresa Díaz Canals, en especial, un fragmento del capítulo ‘Luces y sombras del progreso moral’:

‘La ética puede valerse de la literatura de una época determinada para extraer mensajes morales a través de la narrativa, la lírica, el teatro, etcétera. Todo ello enriquece su arsenal (o puede hacerlo), al extraer un sentido de evocación del pasado con un sentido de lo posible educativo, de la experiencia que puede ser reflexionada’.

Pero ninguno de los enfoques literarios, citados en los ejemplos anteriores, parece tener validez para todo aquel que se considere o desee ser calificado como un promotor ‘culturalmente digno’.

En este espacio, hemos insistido en la falta de eficacia de las estrategias promotoras de lectura, por considerarlas fuera de la realidad práctica del destinatario. La promoción de las dependencias oficiales, e individuos bien intencionados, alcanzan a cubrir solo a grupos de personas de alguna manera relacionadas o con inquietudes de conocimientos formales, pero el grueso de la población queda fuera, sin deseos ni capacidad de adaptarse a los estilos predeterminados.

De todo es posible aprender, aunque en ocasiones no sea lo más recomendable: Las historias de un libro del laureado escritor Sergio Pitol (Cuerpo Presente, Ediciones ERA, 1991), dan la impresión de haber sido elaboradas, pensando en ser aceptadas por un público especializado, antes que ser comprendidas por el lector ordinario.

‘En los últimos tiempos ésa es la fuente de su angustia: … sus esfuerzos baldíos frente a la página en blanco donde sólo entran unas cuantas inscripciones para quedar después allí, perdidas, aisladas, sin contexto alguno, sin ligarse a nada por la sencillísima razón de que no sabe cómo organizar por escrito la idea más elemental ni qué caso tenga inventar historias ….’ (‘Una mano en la nuca’).

Posibilidades para compartir el valor de la lectura, existen, lo que hace falta es aventurarse a explorarlas, a trabajar en ellas, a pensar más en el lector potencial, y no en los que pagan, o peor aun, en el ‘que dirán’.

Los errores

El error no radica en que la literatura sea un vehículo de la clase adinerada o ‘culta’. No, es la falla en la concepción y transmisión del concepto, lo que impide que millones de personas, puedan tomar un libro y disfrutarlo.

La principal equivocación de los promotores de la lectura (sean estos oficiales, u oficiosos, es decir, lectores voluntariosos) es limitar el campo de acción del libro a los temas literarios, y cerrarlo más al determinar que sólo merecen y deben ser leídas, las grandes obras de la literatura universal.

Resulta noble la acción de buscar que el prójimo tome un libro, el problema llega cuando es imposible aclarar a un iletrado en su propio lenguaje, para qué le servirá, no solo asir el documento, sino leerlo y procesarlo.

Es curioso y hasta ignominioso, pero la mayoría de las campañas promotoras, cometen errores garrafales: Se habla exclusivamente del libro como salvador de almas ignaras, y se deja de lado, la explicación de qué hacer con él.

Para un ‘lector de alto rendimiento’ es obvio o tal vez hasta mecánico, saber lo que debe de hacer con un libro; pero un ‘ignorante sin cultura’ solo ve un mazacote lleno de letras que cansa nomás de verlo.

Cualquier ritual de iniciación, debería tomar en cuenta los aspectos naturales de todo comienzo: Explicar con peras y manzanas qué es, para qué sirve, cómo usarlo. Las ventajas de este tipo de enseñanzas basadas en el sentido común, es que el individuo puede ser capaz de comprender el proceso tras razonarlo, sin depender todo el tiempo del informador; si el trabajo incluye una serie de pasos, y llegara a olvidarse alguno, no sería una catástrofe, ya que siempre es posible rearmar algo, cuando se entiende lo que se hace. La desventaja, es que puede ser insultante para quien comparte y quien recibe, utilizar métodos poco ortodoxos o ‘culturalmente incorrectos’.

Los promotores cultos pueden ser bien intencionados (eso no se duda), pero ineficaces por que gastan tiempo, dinero y esfuerzo en algo viciado de origen.

Hablarle a alguien de lo bello que puede resultar una poesía, una novela, este cuento, o aquel relato, y luego quejarse de que no se supo valorar, indica una falla en una parte de la labor realizada. Una cosa es promover la literatura en donde existe tradición o costumbre, pero otra es trabajar en donde los libros inspiran miedo, aburrimiento, castigo.

Los actuales trabajos de fomento, dan la impresión de que van dirigidos hacia un público con ciertas nociones literarias, que solo requiere de un pequeño empujón para convertirse en el tipo de lector similar a quien lo involucró, es decir, para fortalecer la cadena.

Pero el libro no puede reducirse solo como sinónimo de literatura, el libro es un vehículo para el conocimiento y disfrute de la vida; al libro, por supuesto, hay que conocerlo, leerlo, razonarlo, vivirlo, y entenderlo como una parte importante de nuestro desarrollo como seres humanos, mas no la única.

La doctora Teresa Díaz Canals revela con cierta sorpresa, el valor de la observación por encima incluso, de los demasiados libros. En la introducción de su obra ‘Ver claro en lo oscuro’, narra cómo tras la búsqueda de razonamientos para responder sus inquietudes: ‘al final advertí que por mucho que buscara en los libros, la propia vida los desborda…’ (Publicaciones Acuario, La Habana 2004).

Mortimer Adler, se atreve de aventurar en su obra ‘Diez errores filosóficos. Errores básicos del pensamiento moderno, sus consecuencias y cómo evitarlos’, que el conocimiento es una necesidad del ser humano, eso, junto a la potencialidad (la posibilidad de ser y de hacer), es lo que nos diferencia del resto de los seres vivos en este mundo.

‘El hombre es en gran medida una criatura que es fruto de los esfuerzos personales. Nace con una amplia gama de potencialidades, pero llega a ser lo que él personalmente decide, al desarrollarlas formándose hábitos’ (pp 142).

El libro o cualquier escrito, es una vía, la lectura es uno de los caminos; conviene conocer todas las opciones y explorarlas antes que limitarnos o ser limitados.

martes, junio 13, 2006

Del archivo

En 1997, escribía en el periódico La Crónica, una columna llamada ‘Aguatibia’ (primer antecedente de ‘Para Leer’ que aparece actualmente en el mismo diario), cuyo objetivo era analizar los contenidos de los medios de comunicación, primordialmente los electrónicos, y más específico, la televisión.

En aquella época, surgió en la capital del país, un grupo de ciudadanos, que comenzó con un movimiento que parecía más una campaña moralizadora y satanizadora, que una aportación para perfeccionar los contenidos televisivos.

En la semana santa de ese año -el martes 1 de abril-, escribí una reflexión al respecto, que a continuación comparto:


Juguemos a culpar

Recordando a Umberto Eco (semiólogo italiano) había decidido pasar inteligentemente un fin de semana inteligente, leyendo libros inteligentes.

Sin embargo, con el paso de los días llegué a la conclusión de que para concretar mi deseo –que solo quedó en eso-, era necesario sustraerme de la realidad, o por lo menos, mantenerme alejado de la civilización.

Conforme avanzaban los sacrosantos días santos, y yo no veía la hora en que pudiera dedicarme a cumplir mi objetivo, empecé a repartir culpas a diestra y siniestra, siguiendo los ejemplos que me rodean.

Total, ninguna de las cosas que me suceden, sobre todo las negativas, son imputables a mis acciones, siempre existe algo de mayor valor al cual responsabilizar.

Así tenemos que la agrupación ‘En los medios a favor de lo mejor’, continúa en su trabajo recolector de firmas, en lo que parece la más grande campaña liberadora de pecados.

Fabuloso: Yo como padre de familia, maestro de escuela, funcionario, o cualquiera de los roles que me toquen jugar dentro de esta comunidad, me sentiré orgulloso de los logros obtenidos por mis hijos; pero cuando estos se conviertan en errores, ya tengo a quien culpar: A la maldita televisión y demás comparsas.

Imagino –solo imagino-, que quienes encabezan movimientos satanizadores en contra de los medios, son ciudadanos tan conscientes y preocupados por el futuro de sus hijos y de nuestra sociedad, que en sus casas reina la filosofía aquella de que el juego vale por lo que pones dentro, y no por lo que encuentras ya confeccionado.

Me los imagino jugando por las tardes a recrear la historia universal y la de nuestro país, o los fines de semana recorriendo junto a sus pequeños, los diversos sitios históricos.

Cada vez que el tiempo les es favorable, también discuten en familia acerca de lo que será mejor en el futuro; esos pequeños están seguramente tan llenos de amor y nociones sobre la vida, que a la televisión ni la toman en cuenta, entonces, de qué preocuparse?

Rasgarse las vestiduras

Al intentar precisar el origen y significado de la frase ‘rasgarse las vestiduras’, surgen diversos episodios bíblicos –en específico en el Antiguo Testamento-, que dan cuenta de hechos que dieron pie, para la posterior utilización de esta locución.

Uno de ellos es el narrado en el segundo libro de los Reyes capítulo 6, versículos 24 al 33: ‘Cuando el rey oyó las palabras de aquella mujer, rasgó sus vestidos, y pasó así por el muro; y el pueblo vio el cilicio (una especie de faja, para autoflagelarse) que traía interiormente en su cuerpo’.

Romperse la ropa tuvo como uno de sus primeros significados, el ser una señal de indignación; eso, que en apariencia sí ocurría físicamente (que alguien trozara su ropa), pasó a convertirse en un símbolo pero cargado de connotaciones burlescas.

Antes, quien destrozaba parcialmente su vestimenta, dejaba en claro que había sido ofendido y era necesario un acto reparador; ahora, se acusa a alguien de ‘rasgarse las vestiduras’ cuando se le quiere hacer ver su intolerancia, su chovinismo, la defensa a ultranza de su fanatismo, el no aceptar que existen otros puntos de vista, que pueden construir.

La frase conserva de origen el insulto como el principal motivador. En la actualidad, cuando alguien se siente ofendido, no rasga sus ropas –por que se vería ridículo haciendo semejante berrinche, aunque ganas no le falten- ni tampoco lo dice abiertamente, ya que eso le corresponde al observador, al provocador del deshonor.

Una incalculable cantidad de personas en el mundo, rasgaron sus vestiduras, cuando el escritor José Saramago estableció que la lectura es exclusiva de las minorías (nada novedoso, el problema es quién lo dijo). Resulta complicado poder establecer conclusiones a partir de la información periodística, distribuida por la agencia EFE, por que es escueta, sin embargo marca la pauta para retomar algunas consideraciones que ya han sido abordadas en anteriores colaboraciones.

‘Mal andan las cosas si resulta necesario estimular la lectura, porque nadie necesita estimular el futbol…. No vale la pena el voluntarismo, es inútil, leer siempre fue y siempre será cosa de una minoría. No vamos a exigir a todo el mundo la pasión por la lectura’.

En este hecho existió una doble sinrazón para ofenderse: en primer término, el escritor portugués era oficialmente, uno de los colaboradores del programa de promoción de lectura en su país; además, en su papel de premio Nóbel de Literatura, sus declaraciones rebasan las fronteras lusitanas y permean por todo el mundo intelectual.

Otra sinrazón oculta viene tras haber revelado algo, que parecía ser un secreto del código oculto de la cofradía intelectual, integrada por ‘lectores de alto rendimiento’: La lectura es el más alto activo del capital intelectual, algo que no conviene compartir con los demás, por que el encanto se pierde. Eso por sabido se calla; fue entonces, una especie de reclamo, un ‘entre gitanos no nos leemos la mano’, sobre todo por que ante la sociedad, los amantes de la literatura, presumen de ser promotores de la lectura, aunque equivoquen premeditada o inconscientemente las técnicas.

Resulta complicado de entender, ya no digamos el sentimiento de ofensa (que trató de ser explicado aquí), sino el deseo de promocionar la actividad de leer, en principio por que no hay algo plasmado en algún objetivo medible y realista, algo que facilite la comprensión de las metas.

Los programas oficiales y oficiosos de promoción, parten de la premisa del crecimiento espiritual derivado de leer literatura (y si son grandes autores, mucho mejor), y el problema es que solo hasta ahí llegan –eso, sin considerar la arbitraria mezcla de significados entre libro, leer, lectura, cultura: todo es uno y quiere decir lo mismo; el libro salva, no la lectura, o mucho menos la reflexión posterior.

‘El libro es como el agua. Se le imponen cerrojos y diques, pero siempre termina abriéndose paso’, expuso el escritor argentino Tomás Eloy Martínez, en un discurso reproducido por la revista Proceso en su edición 1539. ‘La cultura… añade las ventajas del conocimiento, la imaginación, el cultivo del sentido del humor, la erudición’, es la conclusión a la que llega Carlos Monsiváis (‘De los proyectos culturales”, La Crónica, 3 de junio de 2006).

Los ejemplos anteriores, y muchos mas, parecen concretos y hasta pueden recibir el adjetivo de ‘bellos’ (tanto por su intención, como por la forma en que están construidas las frases), pero, para efectos prácticos de motivación o creación de nuevos lectores, son inútiles, principalmente por que sus destinatarios, al igual que los emisores, son incapaces de establecer una conexión efectiva con la vida cotidiana, eso que tanto llamaba la atención de Gabriel Zaid, en su ensayo de 1981 ‘Conectar lecturas y experiencias’ (es posible leer la mayoría de la producción de Zaid, a partir de 1977, en la siguiente dirección http://www.letraslibres.com/index.php?sec=22&autor=Gabriel%20Zaid).

Quienes por diversas razones y a través de variados caminos, se convierten en aprendices e imitadores fieles, del comportamiento de los ‘lectores de alto rendimiento’, descubren, con el paso del tiempo, el valor social de aglutinar, presumir y no compartir los conocimientos; esa conducta la asimilan y transmiten a la siguiente generación.

Pero, como establece Mortimer J. Adler en su libro ‘Diez errores filosóficos’ (Grijalbo, 1985): ‘El conocimiento no es el mejor de los bienes intelectuales. Tiene más valor el entendimiento y todavía mayor, la sabiduría (no confundir, por favor, con erudición).

La lectura (como la concibe la clase cultural), en efecto, puede que nunca esté al alcance del pueblo, en parte por que el camino para el descubrimiento del gozo en la vida cotidiana, tiene varias opciones de abordaje: la contemplación de la naturaleza, el dialogo con los demás. Aunque también, cabe la posibilidad de que los muchos lean mucho, siempre y cuando sepan para qué.