Un poco de orden
Al mexicalense le duele que las decisiones gubernamentales de trascendencia, se tomen desde un mullido sillón en una ergonómica oficina, a más de tres mil kilómetros de distancia, sin algo de conocimiento mínimo sobre las circunstancias, ni ganas de tenerlo.
Con la debida proporción guardada, pero algo similar ocurre en el caso de la lectura (salvo que aquí, no existe manifestación visible de molestia). El diseño y la implementación de políticas de promoción es realizada y aprobada, en el mejor de los casos, por ‘grandes lectores’, o de plano, por quienes no están familiarizados con la práctica de la lectura.
El problema de que personalidades con estas características, planeen sobre lo que es mejor para los otros (que no conocen, desde luego), es que difícilmente producirán algo eficaz. Unos por que sus parámetros son demasiado elevados, y el resto, por que ni siquiera saben qué hacer.
En ‘El camino de Chuang Tzu’ (Debate Editorial), uno de los milenarios pensadores chinos, no tan popular como su contemporáneo Confucio, el maestro llama la atención de uno de sus seguidores: ‘¡Tienes demasiados planes de acción, mientras que ni siquiera has conocido al príncipe u observado su carácter! En el mejor de los casos, tal vez puedas librarte y salvar tu pellejo, pero no conseguirás cambiar absolutamente nada. Tal vez él se adapte superficialmente a tus palabras, pero no existirá un cambio real en su actitud’.
Mientras tanto, el potencial lector lucha por su sobrevivencia, y las bondades sobre la lectura, ni le van, ni le vienen, a pesar de que el campo es virgen y fértil.
En un encuentro de promotores, dentro de la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, en el 2003, Luis Bernardo Peña Borrero compartió algunas pistas interesantes, esto a pesar de que su ideal de promoción, está bastante cercano a los aspectos literarios-culturales, esos sobre los cuales, hemos compartido su ineficacia, a la hora de acercar lectores:
‘Es muy fácil confundir la acción de promover la lectura con la de promocionar libros. No el libro en general, sino ciertos libros que se consideran “recomendables” o “convenientes”, o sencillamente, que están de moda. Son lecturas dirigidas por quienes tienen criterio, a lectores que carecen de él. Sin que se lo propongan deliberadamente, muchas jornadas de promoción de la lectura terminan siendo campañas de promoción de determinados libros’. Y remata con algunas recomendaciones: ‘Respetar los derechos de los lectores, empezando por el derecho a no leer, a saltar páginas, a picotear en varios libros, a abandonar la lectura de un libro aburrido o que no les dice nada, a leer varios libros al mismo tiempo, a leer novelas de terror, best–sellers o eso que se ha dado en llamar paraliteratura’.
Por su parte, aunque no lo define en específico a lo largo de su ensayo, Adolfo Rodríguez Gallardo sugiere tácitamente, antes que otra cosa, comenzar por el principio, establecer un orden que permita conocer algunas causas elementales (y aparentemente, poco atendidas por el establishment cultural) sobre la no lectura entre los mexicanos. De ‘La lectura en Mexico: una aproximación cuantitativa’ (Revista ‘Este Pais’, noviembre 2006), es posible extraer una conclusión sumamente interesante y valiosa:
De la interpretación que el autor hizo de múltiples estudios de campo, como los censos de población, las investigaciones sobre hábitos y consumos culturales, es posible establecer que, en términos generales, el mexicano no está interesado en leer por que no posee los requerimientos para hacerlo.
El ensayo es claro, y no busca ser cruel ni humillante (además, por supuesto, puede uno estar de acuerdo o no). Simplemente, lo que ha ocurrido, es que a lo largo de la historia sobre investigaciones de la materia, se ha tratado de definir parámetros para medir y evaluar resultados, de la manera menos subjetiva posible.
En uno de los casos, el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (http://www.inee.edu.mx/), ha definido tres aspectos a tomar en cuenta para establecer lo que es un lector aceptable: a) Capacidad para analizar distintos tipos de texto; b) identificar su sentido; c) reflexionar sobre el contenido y dar una opinión.
El problema, parece ser, proviene de la deficiente formación básica escolar del menor, posteriormente convertido en adulto. Bajo esa óptica, es posible entender y hasta justificar el alejamiento crónico y constante del lector potencial, de todo aquel material disponible para lo que desee hacer con el, una vez consumido.
Pero ese es un punto de vista documentado, sobre un tema del cual existen múltiples aristas. Por ejemplo, Gabriel Zaid, en la edición de diciembre de ‘Letras Libres’ (http://www.letraslibres.com/index.php?art=11684) fortalece su preocupación por la inevitable desaparición de librerías, lo cual supone, redundaría en la estrepitosa caída de lectores; y hasta critica la conducta comercial de las grandes cadenas de supermercados, de vender libros con grandes descuentos (con todo y que en la capital de Baja California, una de las sucursales de una de esas supertiendas, ofreció sus libros de segunda mano, a precios tan irrisorios que el artículo más caro, era de 8 pesos; no sobra decir que decenas de personas escasa o poco familiarizadas con libros, lecturas y librerías, salieron cargados de productos, que tal vez en alguna ocasión, los utilizarán).
En la misma edición de la revista (http://www.letraslibres.com/index.php?art=11685), Daniel Goldin propone diez puntos a favor de una política de estado, partiendo de que en el país, ‘con frecuencia nuestros impacientes saltos han sido mas que audaces, temerarios e incluso derrochadores. Vasconcelos impuso el primer modelo. Ansiosos por superar el de siglos, a menudo hemos querido transformar la situación por decreto o mediante el diseño de ambiciosos programas. Es más vistoso y sencillo que generar las circunstancias propicias para que prosperen aprendizaje, experiencias, empresas e instituciones… a pesar de la gravedad de la situación, proliferan remedios rápidos y milagrosos: ferias, festivales, campañas mediáticas, cursos, talleres…’
El hecho está ahí, en espera de respuestas solucionadoras; quizá la promoción de la lectura es un camino, pero tal vez, descubramos que para efectos del desenvolvimiento armónico en la vida cotidiana, da lo mismo leer poco o mucho, que explorar otras vías, para las cuales no existen tantos estudios, ni tanta preocupación erudita.
Con la debida proporción guardada, pero algo similar ocurre en el caso de la lectura (salvo que aquí, no existe manifestación visible de molestia). El diseño y la implementación de políticas de promoción es realizada y aprobada, en el mejor de los casos, por ‘grandes lectores’, o de plano, por quienes no están familiarizados con la práctica de la lectura.
El problema de que personalidades con estas características, planeen sobre lo que es mejor para los otros (que no conocen, desde luego), es que difícilmente producirán algo eficaz. Unos por que sus parámetros son demasiado elevados, y el resto, por que ni siquiera saben qué hacer.
En ‘El camino de Chuang Tzu’ (Debate Editorial), uno de los milenarios pensadores chinos, no tan popular como su contemporáneo Confucio, el maestro llama la atención de uno de sus seguidores: ‘¡Tienes demasiados planes de acción, mientras que ni siquiera has conocido al príncipe u observado su carácter! En el mejor de los casos, tal vez puedas librarte y salvar tu pellejo, pero no conseguirás cambiar absolutamente nada. Tal vez él se adapte superficialmente a tus palabras, pero no existirá un cambio real en su actitud’.
Mientras tanto, el potencial lector lucha por su sobrevivencia, y las bondades sobre la lectura, ni le van, ni le vienen, a pesar de que el campo es virgen y fértil.
En un encuentro de promotores, dentro de la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, en el 2003, Luis Bernardo Peña Borrero compartió algunas pistas interesantes, esto a pesar de que su ideal de promoción, está bastante cercano a los aspectos literarios-culturales, esos sobre los cuales, hemos compartido su ineficacia, a la hora de acercar lectores:
‘Es muy fácil confundir la acción de promover la lectura con la de promocionar libros. No el libro en general, sino ciertos libros que se consideran “recomendables” o “convenientes”, o sencillamente, que están de moda. Son lecturas dirigidas por quienes tienen criterio, a lectores que carecen de él. Sin que se lo propongan deliberadamente, muchas jornadas de promoción de la lectura terminan siendo campañas de promoción de determinados libros’. Y remata con algunas recomendaciones: ‘Respetar los derechos de los lectores, empezando por el derecho a no leer, a saltar páginas, a picotear en varios libros, a abandonar la lectura de un libro aburrido o que no les dice nada, a leer varios libros al mismo tiempo, a leer novelas de terror, best–sellers o eso que se ha dado en llamar paraliteratura’.
Por su parte, aunque no lo define en específico a lo largo de su ensayo, Adolfo Rodríguez Gallardo sugiere tácitamente, antes que otra cosa, comenzar por el principio, establecer un orden que permita conocer algunas causas elementales (y aparentemente, poco atendidas por el establishment cultural) sobre la no lectura entre los mexicanos. De ‘La lectura en Mexico: una aproximación cuantitativa’ (Revista ‘Este Pais’, noviembre 2006), es posible extraer una conclusión sumamente interesante y valiosa:
De la interpretación que el autor hizo de múltiples estudios de campo, como los censos de población, las investigaciones sobre hábitos y consumos culturales, es posible establecer que, en términos generales, el mexicano no está interesado en leer por que no posee los requerimientos para hacerlo.
El ensayo es claro, y no busca ser cruel ni humillante (además, por supuesto, puede uno estar de acuerdo o no). Simplemente, lo que ha ocurrido, es que a lo largo de la historia sobre investigaciones de la materia, se ha tratado de definir parámetros para medir y evaluar resultados, de la manera menos subjetiva posible.
En uno de los casos, el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (http://www.inee.edu.mx/), ha definido tres aspectos a tomar en cuenta para establecer lo que es un lector aceptable: a) Capacidad para analizar distintos tipos de texto; b) identificar su sentido; c) reflexionar sobre el contenido y dar una opinión.
El problema, parece ser, proviene de la deficiente formación básica escolar del menor, posteriormente convertido en adulto. Bajo esa óptica, es posible entender y hasta justificar el alejamiento crónico y constante del lector potencial, de todo aquel material disponible para lo que desee hacer con el, una vez consumido.
Pero ese es un punto de vista documentado, sobre un tema del cual existen múltiples aristas. Por ejemplo, Gabriel Zaid, en la edición de diciembre de ‘Letras Libres’ (http://www.letraslibres.com/index.php?art=11684) fortalece su preocupación por la inevitable desaparición de librerías, lo cual supone, redundaría en la estrepitosa caída de lectores; y hasta critica la conducta comercial de las grandes cadenas de supermercados, de vender libros con grandes descuentos (con todo y que en la capital de Baja California, una de las sucursales de una de esas supertiendas, ofreció sus libros de segunda mano, a precios tan irrisorios que el artículo más caro, era de 8 pesos; no sobra decir que decenas de personas escasa o poco familiarizadas con libros, lecturas y librerías, salieron cargados de productos, que tal vez en alguna ocasión, los utilizarán).
En la misma edición de la revista (http://www.letraslibres.com/index.php?art=11685), Daniel Goldin propone diez puntos a favor de una política de estado, partiendo de que en el país, ‘con frecuencia nuestros impacientes saltos han sido mas que audaces, temerarios e incluso derrochadores. Vasconcelos impuso el primer modelo. Ansiosos por superar el de siglos, a menudo hemos querido transformar la situación por decreto o mediante el diseño de ambiciosos programas. Es más vistoso y sencillo que generar las circunstancias propicias para que prosperen aprendizaje, experiencias, empresas e instituciones… a pesar de la gravedad de la situación, proliferan remedios rápidos y milagrosos: ferias, festivales, campañas mediáticas, cursos, talleres…’
El hecho está ahí, en espera de respuestas solucionadoras; quizá la promoción de la lectura es un camino, pero tal vez, descubramos que para efectos del desenvolvimiento armónico en la vida cotidiana, da lo mismo leer poco o mucho, que explorar otras vías, para las cuales no existen tantos estudios, ni tanta preocupación erudita.